JIMENA RANGEL
Ni siquiera pude hablar con Sofía cuando llegó al hospital, de inmediato se enfrascó en el quirófano, pues habían metido a Bennet de emergencia, mientras yo me quedaba en la sala de espera, con las manos aún manchadas de sangre seca de él y los recuerdos dándome vueltas en la cabeza.
De pronto el peso de mis palabras me hizo sentir culpable, me arrepentí de cada cosa que grité en su cara, de mi desprecio, de demeritar sus buenas intenciones. En ese momento parecía tan buena idea. De pronto una clase de espíritu vengativo se apoderó de mí y quise hacerlo sentir tan miserable como yo me sentía, pero ahora me daba cuenta que esas pudieron ser las últimas palabras que le dije. Si él moría, se iría con el dolor que le infligí. ¿E