JIMENA RANGEL
Ese era el momento de huir o quedarme. Quería tener un hijo, pero tenía miedo, o eso fue lo que sentí hasta que llegó él. Por inercia tomé su mano con timidez y las mejillas encendidas, logrando que su mirada amenazante por fin se alejara del tipo odioso.
Mi corazón dio un vuelco, era como si su cuerpo generara energía y al tocarlo, energizara el mío. Di un paso hacia él y comencé a respirar con algo de dificultad, pero de manera profunda. Su olor me era conocido, fruncí el ceño, sabía que alguno de los Magnani olía igual o ¿es que toda la gente adinerada usa la misma loción?
Con el poco aire que quedaba en mis pulmones agarré valor y dije cerrando los ojos:
—¿Vamos… juntos? —Tenía la garganta seca y por un momento temí su rechazo. Me sentía como en la secundaria invitando a salir al chico que me gustaba.
Apretó los labios e inhaló profundamente, dudando, hasta que su mano apretó con firmeza la mía y con gentileza me dirigió hacia el pasillo donde estaban las habitacion