JIMENA RANGEL
Todos esperábamos pacientes en la corte, mientras yo le daba vueltas a mi bastón, impaciente por ver llegar a D’Marco y su séquito de abogados, pero los minutos pasaban y ni siquiera llegaba algún mensajero para justificar su ausencia. El juez ya estaba desesperado y había dado un receso para hacer tiempo, pero parecía que no sería suficiente.
—¿Le habrá pasado algo? —preguntó Eliot torciendo la boca. Sabía que no quería estar aquí, perdiendo su tiempo cuando podía estar con Cristine y su nueva bebé.
—Ojalá… —respondió Finn con cara de fastidio.
Entonces las puertas de la sala se abrieron de par en par y entró un hombre trajeado y distinguido que caminaba lleno de seguridad hacia el estrado, acompañado de dos policías.
—El director del psiquiátrico —susurró Eliot entornando los ojos cuando este pasó por nuestro lado.
—Señor Eliot Magnani, me alegra verlo de nuevo —dijo el hombre con una sonrisa segura antes de seguir su camino hacia el juez.
—¿Qué ocurre? —pregunté