𝟸𝟻 𝚍𝚎 𝚘𝚌𝚝𝚞𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚎 𝟷𝟿𝟼𝟽
𝙰𝚋𝚎𝚕
Es tan fácil engañar a alguien cuando está desesperado por una respuesta, ¡que da pena!
—¡Pero si es nuestro detective favorito! —intervine rumbo a la mesa más alejada del local, donde el señor Glenn disfruta de una taza de café. Luego, nos dimos un fuerte apretón a pesar del disgusto que no se molestó en ocultar—. ¿Dónde dejaste a Watson?
Reí para aliviar el ambiente. Aproveché para observar los movimientos de Ansel en busca de un punto flaco, pero no me dio nada. Solo asintió con lentitud y me enseñó la silla de enfrente, con los modales propios de un caballero.
Parece que ya se acostumbró a mi humor. Que hombre tan aburrido.
—Por favor, siéntese, Abel.
Tomé una postura tranquila, imitan