DE MONJA A VENGADORA
DE MONJA A VENGADORA
Por: Alejandra García
PRÓLOGO

PRÓLOGO

Las campanas de la iglesia ya sonaban, aquellos rayos de sol que habían llegado de una manera especial, un nuevo día estaba por vivirse y es que no se trataba de un día cualquiera, no se trataba de un día por el que se agradecía, ese era un día que cumplía los sueños de dos corazones que nunca creyeron amarse por quienes eran.

Mundos opuestos desde un principio, cualquiera que los hubiera visto comenzar aquel dulce y cómica historia de amor jamás hubiera imaginado que sus caminos iban a converger en ese lugar, en ese camino, al final, el matrimonio no parecía ser tan terrible como Yahir Ferrer siempre creyó.

Ahora tenía una respuesta, ahora sabía por qué las personas se casaban. No, era una mentira eso que llegó a creer que él que las personas se casaban simplemente por miedo a la soledad, por miedo a que su apellido se perdiera en la nada. Ahora Yahir Ferrer lo veía diferente, las personas no se casaban por miedo a la soledad o que su apellido se perdiera en la nada. Ellos se casaban por amor. Yahir Ferrer se casaba por miedo a no estar con ella, a terminar una vida donde ella ya no estuviera.

En dos habitaciones diferentes, en lugares lejanos uno del otro, hombres dentro de una habitación que compartían risas y en otra, en las más lejana, mujeres que compartían con ella el momento.

Mientras que en una habitación el perfume fuerte masculino era embriagador en la otra el perfume de la mujer era tan delicado, más delicado de lo que lo podría ser una flor. Mientras que en una habitación un traje negro que era usado por uno de los Ferrer con una flor en el saco en la otra habitación un vestido blanco que yacía en la cama mientras el maquillaje, las brochas, los diferentes colores hacían avivar la belleza oculta de aquella mujer tan diferente a las demás. ¿Cuánto había cambiado su vida?          

Y todo lo que ella podía hacer era ver las sonrisas de las mujeres que la acompañaban en ese momento, tres de sus amigas, amigas que había hecho con el paso del tiempo en la nueva vida que el destino le había hecho tomar.

María Eugenia no podía sonreír más. Nunca pensó que ese fuera su sueño siempre, nunca pensó que pasó de ver la iglesia en que vivía como el lugar donde una promesa iba a ser hecha.

—María Eugenia, ya deja de parpadear —dijo una de sus amigas, la misma que le estaba colocando la máscara.

—Sigo sin acostumbrarme al maquillaje.

— ¡Ay, ya! Ha pasado mucho tiempo desde el día en que dejaste de ser una monja a una dama elegante. Y lo digo literal. —Dijo otra de sus amigas, la misma que le arreglaba el peinado.

María Eugenia no pudo hacer más que reír. Por instinto miró a la ventana. Era un hermoso día para ir a dar gracias por tan divino regalo que la vida le estaba dando. Nunca creyó que el amor que sintió por Dios fuera así o quizá, más intenso por el que sentía por la persona que la iba a estar esperando en aquel lugar donde las promesas se hacían.

— ¿Cuánto falta para…? —Preguntó María Eugenia sin poder completar su propia pregunta. 

— ¡¿Tu boda?! —Sus amigas parecieron saltar de alegría al completar la pregunta.

—Sí —dijo María Eugenia con una enorme sonrisa en el rostro.

—Como cinco horas pero tú debes de estar lista para la boda antes de tiempo. No quiero andar corriendo al final.

—Pero ya casi estoy lista.

—Pues yo no lo ceo, te falta el velo, el vestido, te falta las zapatillas, te faltan tantas cosas. —Mencionó la mujer que maquillaba a María Eugenia. 

—El ramo se te olvidó mencionar —dijo otra de sus amigas.

—Tienes razón, falta el ramo… ¡Falta el ramo! —Gritó la mujer completamente asustada. — ¡Falta el ramo, no lo hemos hecho!

— ¡¿Cómo que falta el ramo?! —Preguntaron las otras dos chicas al mismo tiempo.

Y todo lo que pudo hacer María Eugenia fue reír. Sus amigas parecían más nerviosas que ella.

— ¡Vamos a buscar el ramo!

—Yo me tengo que quedar con la novia —mencionó otra.

— ¡No, no es necesario!  —Llamó su atención María Eugenia.

— ¿Cómo que no es necesario? ¿Quién te va a terminar de maquillar?

— ¡Ay! Ya terminaste, solo me estás retocando, cosa que harás cuando use el vestido, ve y busca mi ramo que nada puede salir mal en este día.

— ¿Segura que te quedarás quieta?

— ¡Por supuesto! Aquí me quedaré hasta que vengan.

—Confío en ti —dijo la mujer para después, ir detrás de las otras dos mujeres que vestían vestidos color vino.

Ahí se quedó María Eugenia, riendo de las locuras de sus amigas. En ese mundo tan frívolo no pudo haber conocido a mejores personas que ellas.

Si tan solo aquellas mujeres hubiera sabido del plan de María Eugenia, no la hubieran dejado sola, de eso estaban seguras.

Sin perder más tiempo, quitándose la bata y poniéndose la primer cosa que encontró en su closet, cuidando de su maquillaje y de su peinado, salió de aquel departamento con una sola idea en mente. Ver a las mujeres que siempre habían estado con ella. Ahora la vida parecía ser diferente.  Ahora la vida parecía ser vista con diferentes ojos.

    Menos de quince minutos le había tomado llegar justo donde aún podía escuchar las campanas tocar. Todo estaba listo, el camino que ella iba a seguir en algunas horas estaba preparado con flores a los lados hasta poder alcanzar el altar donde las promesas se hacían solo una.

— ¡Madre superiora, Madre superiora! —Gritó María Eugenia repetidas veces.

Y como si la estuvieran esperando, la madre superiora salió de uno de los cubículos con una sonrisa en el rostro pero con un gesto de sorpresa.

—María Eugenia, hija, ¿qué haces aquí?

María Eugenia sonrió. —Solo quería venir a verla y que me dé la confianza de que estoy haciendo lo correcto.

La Madre superiora sonrió al momento. María Eugenia jamás iba a cambiar, María Eugenia siempre iba a ser la misma incluso si su vida había cambiado tanto. ¿Quién lo diría? Una monja que termina casada con un hombre con defectos y virtudes

—Hija —dijo la madre superiora tomando las manos de María Eugenia. —Nunca, nunca en la vida dudes de lo que siente tu corazón. ¿Qué importa lo mucho que tu vida haya cambiado? Eres feliz, eres feliz por ti y si un hombre es tu felicidad eso sí, si ser tu vida él, está correcto, María Eugenia.

—Madre superiora, ¿es posible que Dios siempre tuvo este camino destinado para mí?

Una vez más la madre superiora sonrió. —Ella seguía siendo fiel a aquel amor que sentía por Dios y por toda esa vida que fue de ella en un principio pero que hoy había cambiado tanto.

—Es tu felicidad y la de nadie más. No tienes por qué mirar a nadie más. Es tu felicidad y eso es todo.

María Eugenia bajó la mirada. Su corazón estaba tranquilo. Su corazón no podía estar más contento. Solo que había algo que le preocupaba ligeramente después de haber llevado la vida que llevó. Una vida tan tranquila y tan inocente.

— ¿Sucede algo, María Eugenia? —Preguntó la madre superiora un poco preocupada.

—Sí, es solo que…

— ¿Qué sucede, hija?

— ¿La noche de bodas será pecado? —Preguntó ella avergonzada. —Sé que no debo de hacer este tipo de preguntas porque de por sí hacerlas, ya es un pecado pero no sé, no sé qué hacer.

 La madre superiora sonrió. Quizá esa era la última vez en que María Eugenia la iba a escuchar.

—María Eugenia —llamó la madre superiora con ternura. —Escucha lo que voy a decir porque espero nunca tener que repetirlo. Si nosotros viviéramos preguntando qué es lo que pecado frente a los ojos de Dios y lo que no, no habría manera de querer. Todos los humanos queremos de forma diferente, olvidemos el pecado por un momento y enfoquémonos en amar, solo amar y nada más que amar. Haz lo que tu corazón te dicte, no veas atrás, solo no lo hagas y aprende a perdonarte así como aprende a perdonar a los demás. ¿De acuerdo?

María Eugenia asintió. Por supuesto que lo entendía.

—Y ahora vete ya que en un par de horas tendrás que estar aquí diciéndole al gran señor Ferrer que sí aceptas se su esposa. Vamos, corre, María Eugenia.

—Nos vemos después, madre superiora. —Dijo ella corriendo, lejos de la madre superiora.

Ahí se quedó aquella mujer, viendo a María Eugenia irse. Lucía tan feliz y tan renovada. La sonrisa desapareció de su rostro al momento en que recordó la noticia que había llegado a ella hacía un par de días,

La hermana gemela de María Eugenia no estaba muerta como todos pensaron, solo esperaba que ella nunca regresara a reclamar su lugar porque sería una pena comunicarle al presidente Ferrer que se había confundido, que su nieto no debería de estarse casando con una monja sino, con su hermana gemela.

La madre superiora se persignó. Solo esperaba esa niña hecha una mujer no regresara a reclamar su lugar.   

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