CAPÍTULO CUATRO

CAPÍTULO CUATRO: SENTENCIA DE MUERTE 

Frente a los ojos delas cuatro personas que estaban ahí, dos personas idénticas. Mismos ojos, mismo color de piel, mismos gestos pero menos la fuerza en la mirada de ellas porque mientras una era solo bondad e inocencia, l otra era traición.

Por un momento María Eugenia sintió desfallecer. Aquella mujer, la que estaba frente a ella era tan similar a lo que ella misma era. ¿Cómo era eso posible? El aire se le estaba yendo, el alma estaba dejando su cuerpo.   

María Eugenia, ese era el nombre que aquella mujer había usado.

No pudiendo creer lo que estaban viendo los ojos de Yahir, miró a su esposa y después a la mujer frente a ellos. Eran la misma persona solo que una de ellas eran más fuerte, la fuerza de voluntad era como un perfume que podía ser respirado por los demás.

Inmediatamente levantó la mirada a su abuelo, él parecía no estar tan intranquilo como lo estaba él mismo o la misma María Eugenia.

— ¿Qué está pasando aquí? —Peguntó Yahir.

— ¿Qué clase de burla es esta? —Preguntó el amigo del presidente.

El señor Ferrer, todo lo que pudo hace fue bajar la cabeza al mismo tiempo que suspiraba y recargaba las manos en la mesa.

María Eugenia lucía realmente asustada.

A la mente del señor Ferrer llegó un recuerdo de hace más de un año.

—Señor Ferrer —llamó el hombre que acababa de entrar y que no era nada menos ni nadie menos que su secretario de confianza.

— ¿La encontraste?

—Sí, señor.  La única de las dos gemelas la hemos encontrado.

—Y bien, ¿en dónde está?

—Un convento, un convento en una parroquia al sur de la ciudad.

El señor Ferrer se quitó los lentes no creyendo en lo que le estaban diciendo. ¿Cómo podía ser eso posible? La única de las gemelas que quedaba estaba en un convento, sirviéndole a Dios si no había mal entendido lo que su secretario quería decirle.  

— ¿Cómo dices?

—Sí, señor, su nombre es María Eugenia. La hermana María Eugenia —dijo el secretario evitando reírse de la situación pues el mejor que nadie sabía que el señor Ferrer quería casar a su nieto.

Quería casarlo, pero, ¿casarlo con una monja?

—María Eugenia, ¿estás seguro de eso? ¿Estás seguro que su nombre no es María Teresa? —preguntó el señor Ferrer realmente confundido.

¿En qué momento había perdido seña de eso para quedar tan confundido? Él sabía que quien había fallecido era María Eugenia y no María Teresa. Todo eso era tan complicado de entender, ¿cómo continuarían con el plan cuando se trataba de una monja a la que estaban viendo como la esposa de Yahir Ferrer?

—Esto es tan difícil —dijo el señor sentándose de nuevo, queriendo aclarar sus ideas.

Po supuesto que ella no era María Teresa porque María Teresa estaba viva, y estaba frente a él en ese momento.  

— ¿Qué está pasando aquí? —Peguntó Yahir, insistiendo de la misma manera.

Fue en ese momento en que María Teresa avanzó hasta su hermana. Ahí estaba la joven María Eugenia, lucía tan asustada, tan impactada, tan sorprendida, estaba segura que no podía mover ni un solo dedo.   

—No somos tan diferentes, querida hermana —dijo María Teresa frente a María Eugenia. —Es una pena que no hayas podido salirte con la tuya —dijo ella.

Todo lo que Yahir pudo hacer fue mirarlas con desconfianza. No sabía de lo que estaban hablando.

—Tú debes de ser Yahir Ferrer, ¿cierto? —Preguntó María Teresa con una sonrisa en el rostro.

— ¿Qué está pasando aquí, abuelo?

—Te lo explicaré yo, señor Ferrer o, ¿debería de decir, esposo mío?

— ¡¿De qué rayos está hablando está mujer?!

En ese momento, al no poder con la impresión de que las gemelas estuvieran vivas el corazón del señor Ferrer comenzó a doler comenzando por su brazo izquierdo.

— ¡Abuelo! —Llamó Yahir claramente molesto.

— ¡Lo que sucede aquí es que está m*****a usurpadora está ocupando mi lugar! ¡Yo, María Teresa Cisneros es la persona con la que debiste de casarte y no con esta monja! —Gritó María Teresa.

— ¿Qué? —Preguntó Yahir sin poder creer eso. — ¿Es eso cierto, abuelo? ¿Es eso cierto, María Eugenia? —Yahir exigió saber.   

Para ese momento el corazón del señor Ferrer comenzó a padecer. Fue entonces que sin poder resistir, queriendo pedir ayuda, el señor Ferrer cayó en el asiento detrás de él.

— ¡Abuelo! ¡Abuelo! —Gritó Yahir corriendo a él.

El amigo del señor Ferrer rápidamente pidió por una ambulancia.

Y mientras Yahir estaba ocupado con su abuelo tratando de reanimarlo, María Eugenia estaba sin poder mover un dedo.

María Teresa sonrió, sonrió como solo una víbora como ella lo haría.

—Pagarás muy caro haber usurpado mi lugar —dijo María Teresa muy cerca de su hermana.

De los ojos de María Eugenia cayeron un par de lágrimas. Su hermana siempre estuvo viva y ahora todo lo que podía obtener de ella era su odio, su resentimiento.

Si tan solo supiera que nunca estuvo en ella quererle quitar el lugar que era suyo. Si tan solo supiera que esa nunca fue su intención, ella solo quería cumplir con el viejo contrato que su abuela había tenido con el abuelo de Yahir.  Todo lo que María Eugenia pensó que Dios la había llevado hasta ese camino.

María Eugenia bajó la mirada. Muy cerca de ella Yahir y el amigo del señor Ferrer lo intentaban reanimar.

—Sí él se muere es por tu culpa, m*****a usurpadora —dijo María teresa señalando el cuerpo del señor Ferrer.

¿Qué sería de Yahir si su abuelo moría? Lo menos que ella le quería provocar a él era un daño porque la realidad era que se había enamorado de la esencia de Yahir. Incluso si algún día pensó que su amor por Dios era grande ahora se daba cuenta que el amo que sentía por Yahir no podía ser comparado con nada.

—Irás a la cárcel, irás a la cárcel y eso te lo juro yo, María Teresa —le hizo saber a su hermana, la cual no podía estar más asustada.

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