Miraba fijamente hacia la puerta del ático. Desde que llegara se había sentado en el sofá y no se había movido ni un milímetro. Ni siquiera se había cambiado de ropa.
Miró la hora. Las once y media de la noche.
Se crujió, los puños y el cuello.
No.
Esa noche no habría premio de consolación después de la tunda que le daría. Y no usaría solo la mano.
¿Por qué era tan complicado con él?
Sí, no iba a negar que le gustaban los retos pero…
-Una cosa son los retos y otra muy distinta lo rebelde que me está saliendo- espetó.
Por fin se puso en pie y empezó a dar paseos de un lado a otro pero pendiente de la puerta y reloj.
Las doce menos cuarto.
Las doce menos cinco.
Las doce menos un minuto.
Y oyó trastear en la cerradura. Se detuvo en el acto cuando vio entrar al joven quien al verle a él parado en mitad del salón de quedó estatua.
La manera en que el moreno le miraba no solo le puso el vello de