Dos días después
—¡Hunter!— gritó alguien, cerré fuertemente mis ojos ante el pinchazo que sentía en mi cabeza.
Gruñí al estirarme y sentir esa molestia en mi costado.
—Gracias a Dios que estás despierto, nos tenías con el Jesús en la boca— chilló mi madre, la abracé intentando calmarla—. Estuviste dos días inconsciente.
—¿Dos días?— Mi voz sonaba rasposa y rara.
—Sí, dos días— la apreté contra mí, ver las ojeras en sus ojo