Capítulo 19

19

Sara siempre intentaba mantener limpio su cuarto, pero aquel día toda esta limpieza y agradable olor había sido sustituido por un nauseabundo hedor que le recordaba a aquel hombre. Su imagen había sido tallada con delicadeza en su cerebro.

Una sombra informe se cernía sobre ella. Era consciente de esto, pero no lograba entender de lo que se trataba ni del mal que esta acarrearía.

En más de una veintena de ocasiones le asaltó la idea de no salir de casa y dejar la escuela, pero esta decisión, sin duda, traería muchas preguntas, las cuales no quería responder. Pero ese día, luego de un poco más de una semana de lo sucedido, las sombras del recuerdo iban agrupándose y dejaban de ser siluetas amorfas. Se convertían en figuras nítidas y bien definidas... casi tangibles. Las sombras comenzaban a perturbarla y engullirla. Si ya anteriormente había mantenido la guardia arriba, y cuidaba todo lo que ocurría a su alrededor, ahora no existía minuto, fuera de su casa, en el que no se anduviera con extrema precaución, alerta a cada suceso que aconteciera cerca.

Observaba el rostro de las personas con el fin de anticipar, en caso de existir, algún ataque. Sus días se convirtieron en un mártir inacabable, y sin importar cuánto lo deseara, estos no terminarían. Quizá podría encontrar cierta calma los fines de semana, pero esta apacibilidad solo bastaría para tranquilizarla temporalmente.

La paranoia se irradió grotesca y peligrosamente por cada centímetro de su mente, a tal grado que la soledad llegó a parecerle cautivadora y segura.

De tal forma se disolvieron los días; ahogada en una incertidumbre abrasadora y agobiante.

Luego de algunas semanas, en tan decrépita situación, se le ocurrió comprar una prueba de embarazo para asegurarse que las pastillas anticonceptivas sirvieron, sintiendo una desagradable vergüenza al ser testigo de los gestos de negación que hacía la cajera de la farmacia al cobrarle.

Llegó hasta su casa y se refundió en el baño. Orinó en un pequeño recipiente para después poner algunas gotas de orina en la prueba, luego de eso, esperó.

Subyugada por el pánico de la espera y la posible respuesta, quedó sentada sobre el piso sucio del baño. Los minutos transcurrieron en una agonizante desesperación. No se atrevió a mirar el tiempo que había pasado desde que puso la orina en la prueba. Pensó que cada segundo de espera le mantenía a salvo y lejos de la realidad a pesar de la creciente incertidumbre que se cocía en su interior.

Al sujetar la prueba y echar un vistazo, el mundo a su alrededor se pulverizó paulatinamente. Sintió cómo su cuerpo se reducía a cenizas y le quedaba un trago amargo en la boca, como a vómito. Un nudo se creó en su garganta, subyugando un grito abarrotado de pavor e imponente agonía.

Se dejó caer sobre el suelo (una vez más), y sus ojos crearon un océano. Comenzó a llorar, ahogando los gimoteos. Solo sentía cómo las lágrimas nacían, recorrían ambas mejillas y finalmente se despegaban de su joven piel para caer y golpear las baldosas. Nunca había tenido tiempo de ver con detenimiento el suelo húmedo, pero ahí donde se unía la cerámica se formaba una capa de moho a causa de la constante humedad y mal aseo. A pesar de su situación, le cruzó la idea de ir por el trapeador para limpiar.

Duró algunos minutos inmersa en una imperecedera aflicción. Deseando que aquella pesadilla llegara a su fin. Pidiendo a gritos enmudecidos que todo acabara.

No fue así, y tampoco lo sería. La tempestad había llegado y comenzaba a cubrir lo que quedaba de su corta vida con desdicha y horror.

La muerte rondaba tan cerca que cargaba el ambiente de un aroma denso y pútrido que ahogaba cada una de sus inhalaciones. Tardaría en llegar, pero, al final, hasta lo más improbable llega.

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