CAPITULO VEINTISEIS
Milo
Estoy por mi tercer mes.
Puedo ver el atisbo de un bulto en mi estómago mientras me miro en el espejo, y aunque quiero evitarlo mis ojos se llenas de lágrimas las cuales lentamente se deslizan hacia mi mentón.
El recuerdo aún es muy fresco.
Ese día que perdí a uno de mis bebés lo he considerado como el peor, y tengo supremisimo miedo por este bebito que sigue en mí abdomen considerando a cada segundo cada minuto todo movimiento que hago en mi día, dudando siquiera si debería estar de pie.
Estoy en un estado grave.
Tan débil.
Y por semanas me mantuve en absoluto reposo en la casa de Kadem, si, en su casa ya que como sabrán me pidió de por favor que no vuelva a mi fraternidad dónde no tendría ayuda alguna y solo estaría incómodo, ya saben por las interminables fiestas de fraternidad, ambos temíamos lo peor y no era sin fundamentos.
Lo consulté con mis mejores amigos.
Hice una mueca recordando.
Nunca olvidaré sus rostros lagrimosos ante mi perdida, me besaron y a