Cuando la plaza estaba llena de gente, Calista, vestida con una túnica blanca que llevaba un dragón de fuego en el pecho, comenzó muy ansiosa a predicar la doctrina a la multitud.
La voz de Calista resonó en los oídos de todos, y en poco tiempo, aparecieron rostros extasiados en todos ellos.
Al presenciar esto, Onofre no pudo evitar soltar un gran suspiro de alivio.
El Señor Guardián, de alguna manera trajo a esta chica, que no solo era hermosa y encantadora, sino que también tenía un gran poder de fascinación natural, perfecto para la propaganda.
Bajo su encanto natural, casi todos los creyentes se convertían en fervientes devotos, e incluso surgían grandes fanáticos.
Estos fanáticos llevaban su fe en la iglesia a niveles frenéticos.
Estaban dispuestos a sacrificarlo todo en lo absoluto para apoyar a la iglesia, y creían que, en caso de guerra, no dudarían ni un minuto en lanzarse al frente.
En medio mes, bajo la predicación de Calista, miles de creyentes se convirtieron en fervientes