La mujer, tratando de mantener una forzada sonrisa, dijo: —Esposo, no te preocupes, nuestro hijo ya ha escapado. Estarán bien. Yo estaré contigo, aunque fallezcamos, estaremos juntos aún en muerte.
En ese preciso momento, la tierra comenzó a temblar de repente.
Bella se sorprendió muchísimo y miró a su alrededor.
La mujer también se levantó apresurada y vio que alrededor del pequeño pueblo aparecían innumerables jinetes negros corriendo hacia ellos.
Estos jinetes brillaban con energía espiritual, y cada uno de ellos era un practicante.
El hombre suspiró y dijo: —Qué lástima, ya no puedo protegerlos.
Dicho esto, el hombre cerró los ojos para siempre.
Las docenas de mujeres, niños y ancianos, estaban todos totalmente aterrados, temblando sin parar.
—Señora, ¿qué vamos a hacer? —preguntó un anciano con un tono de voz un poco temblorosa.
La mujer sacó en ese momento una daga que comenzó a girar a su alrededor.
No tuvo tiempo para lamentarse, solo dijo: —Ustedes son el pueblo de la familia