Simón, resignado, soltó la puerta del taxi y, con una suave sonrisa, dijo: —En serio, no tengo malas intenciones, lo único que me interesa es tu brazalete.
—¡Humph! Este brazalete fue un legado de mi abuela. ¿Cómo te atreves a tener interés en él? Eres realmente una muy mala persona, — exclamó la muchacha furiosa.
Simón sonrió y respondió: —No necesitas llamar a la policía. Me iré enseguida. Déjame darte mi número de teléfono. Si te parece bien, puedo ofrecerte cualquier cosa a cambio del brazalete, ya sea dinero o cualquier tipo de ayuda que necesites.
La chica observó detenidamente a Simón, y viendo que no parecía tener malas intenciones, por fin colgó el teléfono y dijo: —Sí, necesito ayuda, pero dudo que tengas la capacidad suficiente para ofrecerla.
—Inténtalo. Quizás pueda ayudarte. Tengo algo de influencia en Valivaria, — dijo Simón.
La muchacha miró de reojo a Simón, mostrando un indicio de duda en su rostro.
Simón al instante le pasó su número de teléfono, y el conductor c