En ese momento, las fuerzas locales, y siguiendo las órdenes explícitas de Fidencio y bajo el liderazgo del vicegobernador, llegaron rápidamente para intentar controlar la ya difícil situación.
Simón se volteó y dijo: —Laureano, mejor quédate aquí y ayuda al presidente con los asuntos que sigan. Yo regresaré.
Dejar a Laureano a cargo aseguraba que no hubiera ninguna posibilidad de resistencia por parte de los presentes y prevenía cualquier tipo de intento de última resistencia por parte de la familia Betancur.
Después de todo, había algunos en su grupo que eran del Reino Espiritual.
—Sí, señor, — respondió muy atento Laureano inclinándose en señal de respeto.
Simón luego miró a Fidencio y sonrió: —Me voy.
Sin esperar respuesta alguna, hizo un gesto hacia Basilisa. Ella, sonriendo, se acercó y tomó cariñosamente el brazo de Simón.
Simón echó un último vistazo a Balbina, que estaba pálida, sacudió la cabeza y se dirigió de inmediato hacia la salida.
Poco después, Simón y Basilisa reg