Simón soltó una enorme risa un poco irónica y, sacudiendo la cabeza repentinamente, se dirigió hacia la casa.
Justo en ese momento, uno de los sirvientes de portería lo detuvo y dijo: —Lo siento mucho, el conde no recibe visitas hoy.
Indalecio sonrió con gran desprecio y pensó que Simón se creía muy importante, ¿cómo se atrevía a intentar entrar en un lugar tan prestigioso?
El título de conde no era en vano.
Pero Simón respondió con gran calma: —Me llamo Simón y tengo una cita importante con para hoy con el señor Teófilo.
Dicho esto, Simón continuó caminando hacia el interior con gran seguridad, y el vigilante no se atrevió a detenerlo.
Juvencio e Indalecio se quedaron boquiabiertos, intercambiando miradas de incredulidad.
¿Por qué Simón podía entrar sin problemas? ¿Qué tenía él acaso de especial?
Indalecio intentó acercarse y discutir con el vigilante, pero Juvencio lo detuvo y dijo en voz baja: —Esperemos, no actúes precipitadamente.
Indalecio aceptó, resignado.
Basilisa, por s