Los soldados fantasmales fijaron su mirada en Simón, y en ese preciso instante, una fuerte sensación de peligro recorrió todo su cuerpo.
Simón sabía muy bien que no podían quedarse en ese lugar por mucho tiempo.
Justo en ese momento, Silverio descubrió algo y pronuncio:
—¡Lo encontré! Si tiramos de esta cuerda, la puerta de hierro se abrirá por sí sola.
Sin perder más tiempo, Simón se lanzó directo hacia adelante y tiró con fuerza de la cuerda.
Tal como lo había dicho Silverio, la enorme puerta comenzó a abrirse lentamente.
—¡Rápido, entren!
Los demás se apresuraron a atravesar la puerta, y en cuanto Simón vio que todos habían entrado, soltó la cuerda y se metió detrás de ellos.
—¡Boom!
La enorme puerta de hierro cayó de manera pesada, cerrándose por completo, bloqueando asi el paso a los soldados fantasmales.
—¡Capitán, han entrado! ¿Qué hacemos ahora?
El líder de los guardianes fantasmales con enojo dijo con un tono de voz fría:
—No podemos permitir que salgan vivos de la Ciudad Acu