— Señor Humberto, no me acusaras, ¿verdad?
— No, no te culparé. El carácter de Justo realmente no es el adecuado para ser subordinado. Si quiere irse, que se vaya.
Arnau soltó un repentino suspiro de alivio y salió de la habitación. Regresó al exterior y, junto con Simón y el anciano, se dirigió hacia los calabozos cercanos. A medida que las cadenas cayeron, los tres rápidamente descendieron por más de cien metros hasta llegar al nivel subterráneo.
Arnau los dirigió directamente a través de un largo pasillo y llegaron a una celda al final del camino. Al abrir la puerta de la prisión, los tres entraron.
Simón levantó la vista y, al mirar, vio a un hombre cuyos brazos y piernas estaban atados con gruesas y extensas cadenas de hierro, del tamaño de un brazo. Al ver a esta persona, Simón se quedó completamente paralizado por un momento, porque notó que el hombre también tenía pies, lo que claramente indicaba que él también era un practicante del mundo humano.
El anciano y Simón se sorprend