La mesa en la terraza principal había sido preparada con un cuidado que solo los italianos dedican a una comida. Las velas parpadeaban suavemente en la brisa nocturna, iluminando la vajilla antigua y los cubiertos de plata pulida que brillaban bajo las estrellas. El aroma que venía de la cocina era una sinfonía de hierbas frescas y salsas lentamente perfeccionadas.
Lucia apareció cargando una bandeja de antipasti —aceitunas oscuras, quesos locales, jamón curado y tomates pequeños que parecían joyas.
—Buen provecho, señores. —dijo con una sonrisa cálida antes de retirarse.
—Realmente se superó —comentó Christian, apartando la silla para mí—. Lucia siempre reserva sus mejores platos para ocasiones especiales.
—Parece que nuestra llegada es una gran ocasión para ella —respondí, observando la atención a los detalles.
—Es la primera vez que traigo a una esposa aquí. —Bromeó él, sirviéndose un poco de aceite de oliva en un plato pequeño—. Eso merece una celebración adecuada.
Christian