Los días siguientes pasaron en una niebla de recuperación lenta pero constante. Cada mañana me despertaba un poco más lúcida, un poco más fuerte, un poco más ansiosa por conocer a mi hijo. Los médicos hacían evaluaciones diarias, verificando mis reflejos, mi coordinación, mi capacidad de concentración. Cooperaba con todas las pruebas, respondía todas las preguntas, tomaba todos los medicamentos, porque sabía que cada paso me acercaba a Matteo.
En el cuarto día después de despertar del coma, el Dr. Portella finalmente pronunció las palabras que estaba desesperada por escuchar:
—Zoey, estás lista para ser transferida a una habitación común. Y... si te sientes dispuesta, puedes conocer a tu hijo hoy.
Sentí mi corazón explotar de alegría y ansiedad al mismo tiempo. Después de más de diez días desde el accidente, finalmente podría ver a mi bebé, tocarlo, sostener su manita minúscula.
—¿Puedo ir ahora? —pregunté, intentando sentarme en la cama más rápido de lo que debería.
—Calma —rió e