Un estremecimiento extraño la invadió, y el frío recorrió su nuca. Lo había hecho. Le había cercenado la vida a un ser humano. Le había quitado el último aliento a ese hombre desconocido.
La morena sintió como la invadía una especie de frenesí, e incluso de éxtasis mezclándose con la estupefacción de haber sido capaz de haber llevado a cabo un acto tan escalofriante y bajo.
La repulsión por sí misma apareció casi al mismo tiempo, unida a la emoción creciente en su interior y confundiéndola totalmente.
No era capaz de identificar sus emociones, el chorro de dopamina en su cerebro enviando señales de placer y de euforia y al mismo tiempo su cerebro consciente, ese que podía discriminar entre el bien y el mal recriminándola por lo que acababa de hacer.
Algo en su interior se lamentaba por la desaparición física de ese desconocido y por haber sido ella la causa, como si debiera llorar su muerte, pero su pecho y su cabeza eran un remolino encontrado y confundido de emociones y sensaciones