Antonella
Es domingo y aún estamos aquí en Nueva York. Damián permanece dormido. Sé que no se despertará aún, así que iré a trotar mientras él descansa un poco más. Cambio mi vestimenta por ropa adecuada, coloco los audífonos en mis oídos y saco efectivo de su cartera para comprar agua.
Estoy dando vuelta en un parque. Cuando ya me siento muy cansada, me detengo, me doblo un poco y toco mi pecho. Mi corazón está acelerado y mi garganta, seca. Observo un restaurante y camino hasta allá para comprarme mi agua, pero me detienen del brazo, haciéndome sobresaltar.
—¡Por dios, Nicolás! —Mi corazón se ha vuelto a acelerar.
—Qué alegría encontrarte aquí, mi hermosa Antonella. —Me contempla con ternura.
—Qué sorpresa —es lo único que digo. No quiero que Damián se aparezca y me encuentre con él aquí.
—¿Estás sola? —No deja de mirarme.
—Vine con Damián, Nico.
Él entristece su mirada.
—Ya. —Se aleja un poco y mira a todos lados—. ¿Lo quieres?
Su pregunta me desconcierta.
—¿Qué? —No sé qué contest