DE UNA DIABÓLICA REDENCIÓN (3)

Ya era de noche cuando llegué a la hacienda, con los zapatos encharcados en la mano y un verdadero malestar en el cuerpo. Sentía náuseas y sudores como si hubiese comido una sopa podrida y en lo único que pensé fue en refugiarme en Adal. Salí de la cocina por donde había entrado y después de examinar la sala como una ladrona, me percaté que todo estaba oscuro y asumí que todos dormían. Subí con la misma cautela las escaleras y abriendo con mano de seda la puerta del cuarto, contemplé el cuerpo de Adal que yacía dormido en la cama. Aún en la oscuridad, pude ver cómo la luz de la luna que entraba por la ventana, le daba un aire distinto y hermoso a su rostro. Entonces, lo besé. Se sobresaltó y en un movimiento violento, me tomó con fuerza por un brazo y se sentó. Yo quedé prácticamente sentada en sus piernas, con su cara contra la m&

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