—Y él es su hijo Gustavo —añadió entre risas bobas—. Gustavito, para diferenciarlos.
Y él extendió su mano de manera amistosa y cordial, con una chispa especial encendida en los ojos. Pero antes de que yo pudiera darle mi mano, el hombre agregó:
—Entonces, ¿es con ella con quien te vamos a casar, Gustavito?
—¡¿Qué?! —exclamé inmediatamente, escandalizada y en ese momento se concentraron toda mi repugnancia y aversión y las vomité en forma de un grito estridente—: ¡Qué asco!
Todos pusieron una cara como para petrificarla con spray. Tía Amanda me lanzó una mirada que para mí encerraba todo el odio y el desprecio que me tenía sólo por ser hija de mi mamá.
—¡Ah caray! —exclamó el hombre, sonriendo—. Nos salió resabiada la muchacha,