DE LOS RAYOS QUE TE PARTEN EN LA MITAD DEL PATIO 4

—Y él es su hijo Gustavo —añadió entre risas bobas—. Gustavito, para diferenciarlos.

Y él extendió su mano de manera amistosa y cordial, con una chispa especial encendida en los ojos. Pero antes de que yo pudiera darle mi mano, el hombre agregó:

—Entonces, ¿es con ella con quien te vamos a casar, Gustavito?

—¡¿Qué?! —exclamé inmediatamente, escandalizada y en ese momento se concentraron toda mi repugnancia y aversión y las vomité en forma de un grito estridente—: ¡Qué asco!

Todos pusieron una cara como para petrificarla con spray. Tía Amanda me lanzó una mirada que para mí encerraba todo el odio y el desprecio que me tenía sólo por ser hija de mi mamá.

—¡Ah caray! —exclamó el hombre, sonriendo—. Nos salió resabiada la muchacha,

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