DE LA CEBOLLA EN POLVO (2)

Bullía nuevamente de celos, observado cómo Adal conversaba con ellas y se dejaba mimar como si nunca hubiese sufrido, como si Andreina y su bebé nunca hubiesen existido. Me pregunté entonces, con preocupación, si algún día Adal me pudiera olvidar de esa forma, dejándome a mi suerte y al margen de su vida y repentinamente tuve miedo, pero más miedo tenía de tropezar alguna de las motos, no fuera a ser que como en las películas, cayera de lado derrumbando a todas las demás como en un efecto dominó y terminara empeorando la cosa. A pesar de mis súplicas silenciosas y de haberlo seguido como su sombra mientras preparaba sus cosas, Adal terminó comprando una moto y marchándose con ellos. Se fue por muchos días a recorrer los pueblos del sur y durante su partida, yo me dediqué a ver películas y documentales sobre motoristas. La angustia me apremió al

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