Deseo de venganza

Chelsea estuvo toda la mañana de compras con su amigo, habían decido preparar una pasta a la putanesca, que Gustavo sabía hacer mejor que cualquier chef. La verdad era que Gus, como ella le decia cariñosamente tenía unas manos increíbles para hacer cualquier cosa, desde cocinar y preparar cócteles exóticos hasta diseñar trahes, decorar o maquillar a una miss. Era el mejor, sus dotes artísticos eran una bendición. Aún así, mientras hacían las compras, Chelsea se notaba inquieta, no dejaba de mirar insistentemente su móvil. Estaba ansiosa, y su razón tenía un nombre, Steve Bullock.

Era en momentos como esos en los que ella se odiaba a sí misma por permitirse caer en la posición en la que estaba “la querida”. Sabía que eso no estaba bien y que no debía continuar viéndolo, pero le era imposible retroceder, había algo en Steve que la atraía hacia él como si fuera un imán, sentía la necesidad de estar con él, de verlo, sentirlo… era un pecado que ella estaba dispuesta a cometer.

Después del
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