Derek Meyer
Podia darme cuenta lo empecinada que podía ser Julie Peterson. Tuve que convencerla que no se fuera en un taxi a mitad de la madrugada. Se duchó sola excluyéndome como si no existiera, tomó otra copa de Vino y se recostó en el diván de la sala como toda una Diva.
—Ven conmigo a la cama, Tsunami. No era mi intención haberte hecho enojar— me disculpe sin acercarme a ella, contemplándola cruzado de brazos.
— No estoy molesta— se defendió. Algo en su expresión me recordó a una niña malcriada. Se veía absolutamente adorable con su rostro altivo y su nariz perfectamente perfilada.
—¿Entonces porque no vienes a la cama? Se te ve incómoda ahí— dio un respingo y centro su vista a la ciudad, ignorándome una vez más.
Me recosté al marco de la puerta y la observé en silencio. Era una diosa preciosa, divina y yo había sido tan grosero como para humillarla por la misma pasión que yo no pue