La noche estaba tranquila en el apartamento de Dimitrios, pero dentro, el aire estaba cargado de una energía que no podía ignorarse. Amara y Dimitrios habían compartido una tarde relajada, pero algo en el ambiente había cambiado. Amara lo sentía. Había algo dentro de ella que la impulsaba, una chispa, una llama que pedía ser avivada. Y esta vez, no sería Dimitrios quien la guiara; ella tomaría el control.
Era como si la mujer de la que él se había enamorado —la suave, dulce y sumisa Amara— se hubiera transformado en algo completamente diferente, más audaz, más poderosa, más feroz. En sus ojos brillaba un fuego que no había visto antes. Su cuerpo se movía con una gracia segura, y su postura mostraba una confianza que hacía que el mundo a su alrededor desapareciera. El vestuario de la noche era simple: un conjunto de lencería roja que apenas cubría su piel, resaltando cada curva de su cuerpo como una obra de arte.
Dimitrios la observaba desde el sofá, sin poder quitarle los ojos de enci