4. Propuesta Indecorosa.

La palabra compromiso le retumbo en la cabeza como la migraña.

Emily tuvo que respirar y exhalar continuamente antes de que le diese un ataque de pánico o se iba a volver loca. Empujo a Tiago del pecho para tener más espacio personal o lo iba a tirar la lámpara de la mesa de noche en la cara si no se quitaba de su vista de una buena vez.

—¿Qué acabas de decir? —cuestiono confundida dando paso a la frustración.

—Lo que escuchaste Emily, no eres sorda, ¿cierto?, porque si lo eres tendría más sentido —comento Stephan poniéndose de pie para recargarse en el sillón y cruzar los brazos sobre su pecho.

—No te cansas, cierto —inquirió Emily poniéndose de pie—. De ser una persona tan pero tan engreída y presuntuosa.

Tiago sonrío, que un pequeño hoyuelo se dejó ver por la barba cortada, él miro hacia arriba para volver su mirada hacia ella.

Emily no se inmuto ni por un segundo, le mantuvo la mirada como cualquier otro hombre, no iba a caer como él estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran a sus pies y lo besasen. No, ella no iba a caer ante los encantos socarrones de Stephan. Emily camino hacia él y quedo a solo tres pasos de distancia. Lo miro fijamente y alzo la barbilla altivamente.

—Yo no soy Stella Tiago ni tampoco mi madre para que juegues conmigo —confeso seriamente.

—¿Qué tratas de decirme Emily?, ¿Qué no puedo destruirte?, porque de si esas hablamos yo puedo hacer que nunca más ejerzas como actriz.

—No te atreverías, es muy bajo hasta para ti.

—Pruébame.

El tono de su voz sonó tan indigno y descarado que Emily tuvo que cambiar el soporte de la pierna o se iba a ir para atrás.

—No juegues con mi paciencia Emily o te puedes arrepentir —amenazo.

Emily trago saliva y se paró más cerca de él para que sus ojos estuvieran al mismo nivel.

 —¿O qué? —musitó—. Ya me quitaste todo, no me puedes quitar más.

Stephan se movió de su lugar y corto la poca distancia que había entre ellos para que solo hubiese unos cuantos centímetros de su rostro. Emily no era tan alta, ni siquiera lograba llegarle al hombro que tuvo que alzar la cara para no darle la satisfacción de que la intimidara.

—Te propongo un trato Emily —ofreció con voz rica—. Uno a donde los dos nos beneficia.

Emily hecho los brazos a la cadera y alzo la barbilla:

—¿Qué clase de trato?

Sabía que estaba mal, que no debía de negociar con Tiago, aunque este fuese el último hombre en salvarla, pero ya había cometido un error antes, uno donde el precio fue muy alto y ya no quería pagar precios altos por ello. Chisto la lengua y le indico que continuara con lo que tenía planeado decir:

—Casémonos —soltó de sopetón—. Por 12 meses seamos esposos ante la sociedad. Yo te ofrezco el mayor papel de tu vida como actriz. Fingiremos que somos un matrimonio feliz y que estamos completamente enamorados.

Emily lo miro sorprendida sin creer lo que Stephan le estaba diciendo. ¿ellos dos casados? Ni en sus peores sueños, era casi irreal lo que ese hombre le estaba pidiendo. Y aún más el hecho de que le dijese que era el papel de su vida.

—No —negó—. ¿Qué no escuchaste?, lo que menos quiero es pasar tiempo contigo.

Tiago agudizo su mirada a tal punto que Emily pensó que tenía un agujero en la frente.

—Te ofrezco después del matrimonio 50 mil millones de dólares Emily —informo él tranquilamente—.  Y el papel protagónico del fantasma de la Opera para la siguiente temporada, y te doy pase limpio para que puedas actuar en Broadway.

Emily abrió la boca sorprendida por las palabras que salían de su boca. Él, Stephan Damon Walter Tiago le estaba dando carta libre de ser la próxima protagonista de la obra más esperada en todo el año. Todo mundo sabía que no había mejor musical que interpretar el fantasma de la Opera y cantar “Don Juan”. Trago saliva y descruzo sus brazos para tronarse los dedos con nerviosismo.

—No hagas eso— señalo Stephan—. Me estresa.

Emily lo dejo de inmediato. Se mordió el labio como un viejo pasatiempo y lo medito con la tranquilidad con la que se debían de tomar una decisión importante.

—Yo no te amo ¿Lo sabes cierto? —confeso Emily sin más—. No creo ser tan buena fingiendo amor por ti cuando todo el mundo sabe que te detesto.

Stephan dejo salir un suspiro y se llevó las manos a la cabeza en forma de frustración.

—Necesito que lo hagas Emily, es importante.

Emily sonrío. No de forma descarada como le hubiese encantado, pero si de una forma rastrera que demostraba la satisfacción que sentía en ese instante y es que no podía evitarlo. Stephan le había hecho llorar por las noches de coraje, había interpretado cada papel que quería enfrente del espejo, había soportado las críticas y el escabullirse de su casa para actuar en Brooklyn.

Puede que para Stephan no representaba nada fuera de lo común, después de todo él no formaba parte de una familia de apogeo o mejor dicho no formaba parte de una familia de renombre como lo eran los Vanderbilt.

Era el millonario Bass como en Gossip Girl, la serie adictiva que la tenía pegada al sofá comiendo pochoclos mientras sufría por un amor como el de Chuck y Blair.

Y es que ver una serie de la Elite de Manhattan cuando Emily formaba de la misma era un pasatiempo que disfrutaba mucho. Ojo, no porque Tiago no fuera de una de las familias más importantes en Estados Unidos no significaba que no lo fuera. Su mismo nombre lo decía. Era más de sangre europea de la toscana de Italia.  Stephan se había dedicado a la filantropía, el comercio, los negocios, los bienes raíces y sobre todo al arte.

Era todo un experto en innumerables temas y los viejos empresarios buscaban y apreciaban su opinión antes de tomas una decisión arriesgada. Stephan después de todo era el hombre más rico en toda Manhattan.

El padre de Emily, Larry Vanderbilt lo tenía en alta estima y ella lo sabía. No fue agradable saberlo porque se lo había topado saliendo del despacho cuando traía un viejo overol lleno de pintura y con la cara lavada.

Y no era algo del porque debía sentirse avergonzada porque después de todo formaba parte de blogs y artículos de revista donde la nombraban como la segunda mujer más bella en toda Manhattan después de Stella.

Y es que las dos eran completamente diferentes. Tanto en personalidades como en apariencia física. Stella era rubia, cabello lizo y tenía un cuerpo de Miss universo a pesar de que apenas alcanzaba a medir 1.60 metros y calzaba del número cinco. Pero ella, era simplemente de extremidades largas, delgada, de cabello cobrizo y rizado y con ojos color chocolate. Media un metro con 70 centímetros y no tenía tanto cuerpo para que un hombre se le quedase viendo el escote.

Stella podía ser la Miss Manhattan, pero ella era la muñequita de porcelana.

Emily miro directamente a los ojos a Stephan y lo que vio la sorprendió porque no estaba viendo al típico Stephan con mirada cazadora, juguetona y dominante. No, esta era una nueva mirada que nunca había visto en su enemigo de toda la vida.  Una donde simplemente le rogaba que lo pensase bien antes de siquiera negarse o escucharlo.

Se aclaró la garganta y dijo:

—Lo pensare, Vale—destaco Emily antes de empujarlo para que se fuera de su habitación. —Y no me busques, yo voy a ir a ti si acepto o no.

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