3. Infierno personal

Abigail

Los invitados se reducen a una cantidad inhumana de personas que están ocupando el inmenso jardín trasero de la mansión. La mayoría parecen ser amigas de Cristopher, que se encargan de verme con recelo, compañeros de trabajo que igualmente se ven  cautelosos y gente del gremio en general: ricos desocupados que solo están a la espera de saber la comidilla de la semana.

Estoy a punto de buscar un lugar donde ocultarme de la mirada de todos, cuando lo veo llegar. Mi ex marido entra en el jardín vistiendo un traje de tres piezas, que no le queda tan bien como él piensa, y trayendo de la mano a una mujer guapa que sonríe como tonta a todo lo que él dice.

Esa parece ser su nueva pareja. Pese a todo lo ocurrido y al odio que siento por él, no puedo evitar que la situación me duela, porque esto significa que el año de matrimonio que pasamos juntos no fue siempre más que una farsa.

Ellos siguen adentrándose al jardín como si fueran amigos íntimos de todos y cuando sus ojos quedan fijos en los míos, él me regala una sonrisa enorme y eleva una copa de vino en mi dirección. Yo me encargo de verlo con todo el asco, odio y resentimiento que puedo.

Me alegra saber que él entendió mi mirada, porque su quijada se apretó y sus ojos se encogieron en molestia, lo que generó que una sonrisa, la primera en muchos días, naciera en mis labios.

Sin embargo, la victoria no duró mucho en mis labios, porque en un parpadeo el lugar se llenó de cuchicheos y al segundo siguiente un grupo de personas, todas vestidas elegantísimas y con mirada retadora atravesaron el lugar, no tuve que preguntar a nadie para saber qué se trataba del resto de la familia Dimas y todos tenían los ojos fijos en mí.

Esta vez no lo pienso demasiado antes de intentar huir del lugar, pero no he dado más de tres pasos cuando siento como me toman fuertemente del brazo y al girar veo a mi ex marido viendo con molestía.

—¿A dónde crees que vas?— me dice—, es tu momento de ganar el favor de esa gente. Así que ve ahí y hablales. Esa es la razón por la que te casaste.

Odiando tener que obedecerlo, me zafo de su agarre y camino directo a los recién llegados.

Entre ellos veo un hombre de unos cincuenta años, que es el primero en notar mi presencia, creo que él me da un intento de una sonrisa, pero no puedo estar segura de que haya sido así. Junto a él hay un chico y una chica que se ven un  poco mayores que yo, sus miradas no son hostiles pero tampoco amigables.

Al dar una mirada al resto solo veo a más de lo mismo, en especial cuando la abuela llega a saludar.

—¿Ya conocieron a Abigail?— dice la mujer tomándome de la mano— Niña, ellos son mi hijo Robert y sus hijos. Parte de la familia Dimas.

 Esta en definitiva va a ser una noche muy larga.

La noche ha caído y me siento agotada, no veo el momento de irme a descansar y por la manera en que la abuela me ve creo que se ha dado cuenta.

—Niña, ya esto ha terminado. Creo que ha llegado el momento de que vayas a ver a  mi nieto.

Por alguna razón, la idea de volver a ver a ese hombre crea sensaciones inexplicables y contradictorias en mi, sin embargo, no me niego. Por el contrario agradezco a la mujer y me pongo de pie de inmediato para ir al ala privada de la mansión. 

Esta vez llegar es mucho más sencillo, no demoro nada en encontrar la habitación y cuando entro todo esta tal cual como lo estaba más temprano y me alivia ver que la enfermera no se encuentra presente.

Mis ojos van de inmediato al hombre misterioso en la cama y por un instante no hago más que observarlo, mirarlo detenidamente como si eso pudiera hacerme olvidar todo lo demás, pero no lo hace. Quiero irme. No quiero estar aquí.

No quiero estar casada, no quiero que mi madre esté mal ¡Y como un demonio!, no quería que mi padre muriera. Entonces lloro, fuerte y sin restricciones dejo que todo salga de mi hasta que me deshago en lágrimas y dolor, hasta que lamento mis pérdidas y sufrimiento. Hasta que no soy nada.

Crhistopher

No sé qué carajos está pasando. El cuerpo me pesa, siento como si no pudiera salir de la inconsciencia, mientras que un molesto llanto es lo único que puedo escuchar.

Si este es mi infierno personal, entonces lo hicieron de maravilla, porque ya quiero morirme o acabar  quien sea que esté llorando.

Me toma más de un intento abrir los ojos, pero finalmente lo consigo y es ahí cuando la veo. No es un sueño y como la mier.., tampoco el infierno.

No se que es lo que está pasando, pero una mujer extraña se encuentra al lado de mi y llora desconsoladamente causandome más molestia que cualquier otra cosa. Quiero que se calle.

Intento hablar, pero la voz no sale, trato de tocarla pero mis  brazos no me responden. Por primera vez el miedo es algo muy real en mi. Intento mover mis brazos nuevamente y estos lo hacen mínimamente y vuelven a caer. 

Frustrado cierro mis ojos tratando de recordar qué ha pasado y es ahí cuando los recuerdos empiezan a llegar: el auto, el accidente, el hombre muriendo, la revelación de lo que me dijo antes de morir. Sin embargo, ahí algo más que golpea mi subconsciente pero que no es un recuerdo, es un nombre: Abigail.

 ¿Quién carajos  es Abigail?

La mujer sigue llorando con fuerza y sin descanso, con el rostro hundido en sus manos, aún sin percatarse de mi presencia y eso empieza a desesperarme, ella no deja de llorar y no hay nada que deteste más que una mujer llorona y débil. Y el hecho de que mi cuerpo no me responda como debe solo incrementa mi molestia.

Tomando un respiro profundo intento nuevamente mover mi cuerpo y con pánico me doy cuenta que mis piernas siguen inmóviles, sin embargo, esta vez mi brazo consigue moverse y lo levanto lo más que puedo hasta que con mucha dificultad consigo llevarlo hasta la mesa a mi lado y tropiezo una taza que se encontraba en la superficie haciéndola caer.

Eso sí parece conseguir llamar al fin su atención y que de paso detenga su molesto llanto.

Veo como sus manos por fin  se alejan de su rostro y cómo ella gira su mirada hinchada y enrojecida hacia mi y es ahí cuando todo parece cambiar.

No finjo la sorpresa que me embarga al verla, por qué es realmente natural, ella aún con el rostro hecho un desastre por el llanto se ve impresionante.

Sus grandes ojos verdes resaltan mucho debajo del borde rojo de sus ojos y sus labios grandes y carnosos, que ahora están abiertos en sorpresa se ven locamente tentadores, sin embargo, cuando se ve todo en conjunto, no encuentro más que una chica vacía que parece desdichada. 

Noto cómo se recompone de la sorpresa inicial de verme despierto y sacude su cabeza como si quisiera cerciorarse que soy real y que ella no se está imaginando cosas.

Yo, por mi lado me encargo de verla con toda la molestia que puedo y eso parece despertarla de su momento de estupidez y traerla de nuevo a la realidad, porque de inmediato corre hacia mi para presionar el botón de alarma que se encuentra a mi lado, que supongo llama a los médicos y personas a cargo. 

Sus ojos están muy abiertos mientras me mira con total descaro, ella ni siquiera disimula que me está reparando, por lo que me permito la libertad de hacer lo mismo y debo admitir, contra todo pronóstico, que la llorona es atractiva.

Muy atractiva. Sin embargo, la debilidad que transmite elimina cualquier encanto que pueda tener.

—Has… Has despertado— Ella habla por primera vez y joder, su voz no es nada como lo que había imaginado. 

Ella a pesar de verse como una chica débil y necesitada, tiene una voz que transmite más carácter del que seguramente tiene, su voz es sexy y rasposa y no sé cómo tomarlo.

Mis ojos se posan en los suyos y estoy a punto de contestarle de manera sarcástica a lo estupido de su afirmación cuando la puerta a su espalda se abre y la silueta de una mujer mayor pero bien conservada en años atraviesa el umbral. Mi abuela está aquí. 

—¡Christopher! —La mujer ya entrada en edad entra caminando lo más rápido que puede hasta detenerse en frente de mi camilla.

La abuela Marlen me mira con ojos críticos y radicales mientras sostiene mi rostro entre sus manos y me detalla como si estuviera bucando la respuesta a todos los malos en él.

Estoy a punto de decirle que puede soltarme ya, cuando más personas empiezan a entrar en la habitación, esta vez sí que están llevando uniformes médicos, por lo que no me queda más remedio que tragarme mis quejas y aguantar como todo el mundo empiezo a mover y traer cosas para examinarme.

Por el rabillo del ojo puedo notar como la llorona se está retirando lentamente de la habitación y por alguna estúpida razón casi, casi quiero decirle que no lo haga, pero al final dejo que se vaya.

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