2. Nadie se opone

Abigail

Voy a casarme. Mi mente está en estado de pausa.  Ni siquiera porque estoy llevando un hermoso vestido de novia, que no se como han conseguido hacer en tan poco tiempo, puedo creerlo.

Solo ha pasado un día luego de que me presenté ante Marlén Dimas, la patrona de la familia Dimas, la mujer parecía iracunda al verme y en algún punto creí que iba a echarme a patadas, pero luego de la impresión inicial las cosas se calmaron y ella dejó en claro lo que quería: Una esposa para su nieto.

Así él no morirá solo y cuando su esposa muera podrán ser enterrados juntos. La verdad, no entiendo por qué algo como eso es tan importante para ella, pero en vista de con quién estaba tratando no tuve más opción que aceptar. Además la vida de mi madre está en juego. 

Sin embargo, si hay algo que no pienso hacer es casarme sin haber visto antes a quien será mi nuevo esposo, entiendo que esto es un matrimonio arreglado del que no tengo salida, pero no me parece bien que hagamos esto sin que ni él o yo hayamos estado siquiera en el mismo espacio antes.

Y es por eso que me he colado al área privada de la mansión donde tienen interno a Christopher Dimas, mi ahora prometido. Ahí está recibiendo toda la atención médica necesaria.

Su abuela, quien me ha hecho quedar en esta casa desde ayer, me ha estado poniendo frenos cada vez que pido verlo y en pocas horas debo terminar de arreglarme para la boda, por lo que no cuento con  mucho tiempo para lograr conocerlo. 

Los corredores están silenciosos cuando finalmente consigo entrar sin que nadie me vea, el vestido de novia que me han traído arrastra por el suelo y he tenido que quitar mis zapatos para evitar que mis pasos acelerados hagan ruido.

Estoy sintiendo como los nervios van apareciendo entre más cerca me encuentro de llegar, hasta que finalmente me hallo enfrente de una puerta blanca que imagino es la habitación en que él está.

Tengo que tomar un respiro muy grande antes de llevar mi mano al picaporte y abrir la puerta. Al entrar, lo que encuentro ahí me deja sin aliento y totalmente paralizada en mi lugar.  Esto es impresionante, y no lo digo solo por la tecnología que se ve por todas partes ni por la cantidad de cables que están incrustados en sus brazos y pecho, sino por la imagen tan impactante del hombre acostado en la camilla.

Cristopher Dimas es guapo, muy pero muy guapo, tanto así que aún en su estado, siento que el aire se ha quedado atascado en mi pecho al verlo… Pero Dios que estoy haciendo, no se como puede ser eso lo único en lo que esté pensando en estos momentos.

Doy pequeños pasos hasta quedar mucho más cerca de él y eso hace que pueda detallarlo mejor.

Tiene el mentón marcado, los pómulos finos y el cabello y pestañas de un  lindo castaño oscuro con vetas claras. No se de que color son sus ojos porque los tiene cerrados, pues sigue sin salir del coma en el que se encuentra debido al accidente.

—Hola— le digo y de inmediato me siento una tonta, pero por alguna razón hablarle a él que está dormido y ajeno a todo lo que ocurre parece terapéutico—, tú no me conoces, pero estoy a punto de ser tu esposa, mi nombre es Abigail y…y siento mucho lo que te ha pasado…

Mi voz termina por romperse y es justo ahí cuando no puedo contenerlo más y lloro. Finalmente lloro por todo lo que me ha pasado, por la muerte de papá, por el estado de mi madre y por el hombre postrado en la cama, que seguramente no merecía su suerte.

—Oh, Cristopher, yo en verdad lo siento tanto…

La puerta a mis espaldas se abre de repente haciendome dar un respingo y cuando me giro con el rostro húmedo de lágrimas,  me encuentro con la silueta de una mujer vistiendo uniforme de enfermera.

Ella mira del hombre en la camilla a mi, hasta que finalmente deja sus ojos puestos en los mios.

—Señorita, creo que debe irse, todos en la mansión la están buscando. La ceremonía empieza pronto.

—Si, claro. Disculpe, ya yo me iba—le digo, y me apresuro hacia la puerta, pero antes de salir le doy una última mirada al hombre tras de mí.

Maquillistas, diseñadores, peinadores y otra cantidad absurda de gente se encuentra revoloteando a mi alrededor mientras terminan de arreglarme a la velocidad de la luz para mi matrimonio improvisado, no quiero ni imaginarme todo lo que harían si esto fuese a suceder por la iglesia… o por amor.

Cuando finalmente están satisfechos con el resultado me toman de los brazos y me llevan hasta el enorme espejo de cuerpo completo que está ubicado en una de las esquinas para que me vea, cuando lo hago no puedo evitar que un nudo se forme en mi garganta y que el dolor en mi corazón amenace con hacerme caer.

Me veo hermosa, hermosa y totalmente vacía. Mis ojos grandes y verdes parecen los de una muñeca, no hay un solo rastro de vida o chispa en ellos, mi piel clara parece más pálida que de costumbre y aunque estoy llevando un hermoso y sencillo vestido blanco, me siento sucia al estar haciendo todo esto.

Como si no fuera más que una muñeca delicada a merced de los demás. Mi vida ha dejado de ser mía. 

La puerta es tocada una vez y luego abierta dejando a la vista la silueta de la abuela de Cristopher. Ella me evalúa con sus ojos oscuros y serios antes de darme un asentimiento de cabeza.

—Quedaste perfecta— me dice—, muy bien, ahora vamos. El juez está esperando.

Gracias a Dios, la ceremonia civil es totalmente privada, solamente estamos la abuela en representación legal de su nieto, un primo de Cristopher como su testigo, otro familiar de los Dimas como mi testigo y yo.

De mi parte no quise que nadie viniera a presenciar esto, no me siento lista ni mucho menos orgullosa de ello. 

El juez da inicio a las palabras oficiales y yo siento que estoy totalmente desconectada. La última vez que estuve en una boda fue en la mía, también por lo civil, y mi padre había estado conmigo, acompañándome en cada momento, viendome como solo él sabía hacer para hacerme sentir especial.

Y mi madre… ella era todo lo opuesto a lo que es ahora. Siento que el aire no entra de manera correcta a mis pulmones y el nudo que había empezado a cesar en mi garganta se hace mayor impidiendo que pueda tragar. Pero me aguanto.

No pienso llorar, al menos no aquí, en medio de desconocidos que no sienten ni una pizca de afecto hacia mi y que por el contrario me ven como la causante de sus desgracias.

—Si nadie se opone a este matrimonio, entonces pueden firmar y desde este momento serían marido y mujer— Dice el juez, obviando por completo el hecho de que el que debería ser el esposo no está presente. No quiero ni pensar en todo lo que debieron hacer para conseguir esto. Lo que debieron pagar.

—Nadie se opone— dice de inmediato la mujer a mi lado y toma el bolígrafo de la mesa y con letra experta coloca la que parece ser la firma de su nieto, antes de pasarme a mi el bolígrafo.

Intento tomar un respiro profundo, pero es mala idea porque el nudo en mi garganta se aprieta.

Con manos temblorosas agarro el lapicero y sin darme oportunidad de arrepentirme dejo mi firma sobre el papel, amarrandome así a un desconocido.

—Muy bien, por el derecho que me confiere la ley yo los declaro marido y mujer.

Dice el juez siguiendo su papel justo antes de recoger todas sus cosas en un maletín y salir apresuradamente de la sala, supongo que para que nadie se entere de lo que acaba de hacer. Al menos todo terminó. Dejo salir un suspiro y estoy a punto de retirarme cuando escucho la voz de la matrona llamarme.

—Abigail, sería bueno que te vieran un rato los invitados.

—¿Invitados?— No, no, no. Por favor no me digan que esto va a prolongarse por más tiempo. Lo único que quiero hacer ahora mismo es buscar mi cama y derrumbarme ella. Llorar todo lo que no se me ha permitido.

—Si, invitados— repite la abuela—, No creerás que íbamos a dejar por fuera la celebración, ¿o si?

Fuerzo lo más que puedo una sonrisa en mis labios, mientras le doy un asentimiento de cabeza.

—Por supuesto que no.

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