Un escalofrío recorrió la médula espinal de Myriam, se quedó estática, tal cual, cuando era pequeña, y Silvia la castigaba, giró con lentitud y la miró.
—Mamá —balbuceó, y enseguida notó que ella le dedicaba una mirada de reproche, la vio colocarse la mano en la cintura, y arrugar la frente.
—Si no es por tu novio, no eres capaz de avisarme que te casas de nuevo, ni siquiera me has mandado fotos de mi nieto —reclamó, acusándola con el dedo.
Myriam miró a su alrededor y notó que los invitados centraban su atención en ellas.
—He pasado por muchas cosas, pero no es el momento para reclamos —suplicó—, te presento a mi amiga Elsa, quédate con ella, unos minutos —expuso y enseguida fue en busca de Gerald, quien hablaba con unos socios.
—¿Qué ocurre? —cuestionó al verla llegar a él con el semblante descompuesto.
—Gracias por vengarte —masculló. —¿Por qué la trajiste? —cuestionó apretando los puños.
Los invitados empezaron a murmurar entre ellos al escucharla.
—Pensé que te darí