Aria durmió como una reina esa noche, con los miembros estirados sobre la suave cama del hotel, sus sábanas de seda deslizándose como susurros de triunfo. Por una vez, el mundo no le oprimía el pecho. La tormenta había pasado y ahora ella era el trueno.

A la mañana siguiente, el sol besó su rostro a través de las cortinas y ella se sentó con una sonrisa burlona. « Hoy va a ser un día divertido», murmuró, saliendo de la cama como una mujer con una misión.

Después de una ducha caliente, se paró frente al espejo, se aplicó loción en su piel suave y luego se puso un vestido corto rosa acampanado que le ceñía la cintura como si fuera un lujo. Se sentó, cruzando las piernas, y sus uñas pintadas de rojo tamborileaban contra el tocador.

«Mmm... ¿nude o rojo?», se preguntó, sosteniendo dos pintalabios. «El nude dice dulce. El rojo dice peligroso».

Sonrió, abrió el rojo y se lo aplicó lentamente, como pintura de guerra. «Que sea el rojo», dijo, sonriendo con picardía. «El rojo significa peligro