34.

Abro la puerta del departamento y lo encuentro hecho trizas: los cojines están en el suelo y hay varios trozos de vidrio por el lugar. Montse está acurrucada en el sofá y veo su cuerpo temblar, cosa que hace que se me caliente la sangre y a la vez suspire.

—Mon —murmuro, acariciando su cabeza. Ella levanta su rostro y cierro los ojos al ver su maquillaje corrido—. Lo siento mucho —agrego, limpiando sus lágrimas.

—¿A quién quería extorsionar mi papá, Sebas? ¿Por qué quería divulgar ese contenido? ¿A quién estaba acosando? —pregunta.

—Quería divulgarlo para obligar a la víctima a acostarse con él —confieso y ella se cubre el rostro con las manos, sollozando—. Estamos mejor sin él, Mon. ¿Lo sabes, no?

—Pero no así, Sebas. No así, maldita sea —lloriquea y está por levantarse cuando la tomo de los brazos.

—Te vas a cortar —le digo, notando que está descalza. La ayudo a bajarse del sofá, alzándola en brazos y luego dejándola en el suelo donde está libre de vidrios.

—¿Qué puedo esperarme del
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