Carlos se reclina en su silla, sus dedos entrelazados sobre el pecho, como un juez que acaba de escuchar la sentencia de un acusado que ya sabe condenado. La luz tenue de la sala resalta las arrugas de su rostro, pero no apaga el brillo calculador en sus ojos. Una sonrisa lenta y cruel se forma en sus labios, cargada de una ironía venenosa, como si disfrutara de cada palabra que se le escapa entre los dientes.
–Vaya… –murmura con voz suave pero teñida de un sarcasmo tan afilado que corta el aire. Saborea cada sílaba como un veneno que no tiene prisa por soltar, mientras su mirada se clava en el rostro de quien lo observa. Lo dice casi en susurro, como si le hablara a un niño que acaba de cometer el error de enfrentarse a un maestro. –Esto sí que no me lo esperaba, pero… –su sonrisa se amplía, dibujándose como un hacha lista para caer. –Esto es una hermosa noticia.
Se inclina ligeramente hacia adelante, con una satisfacción palpable. En su mente, todo está perfectamente calculado, ca