Al día siguiente, Amara despierta sintiéndose todavía más deshecha que la noche anterior. El peso de su decisión le aplasta el pecho, haciéndole difícilmente respirar. Cada movimiento es una batalla contra sí misma, contra el dolor que le taladra el alma.
Al salir de su casa, el aire fresco de la mañana no logra apaciguar el nudo en su garganta. Camina hacia el auto con pasos vacilantes, sabiendo que lo encontrará allí, como todas las mañanas, puntual, inalterable. Y efectivamente, Liam la espera, pero ya no es el mismo.
Ya no es el hombre que solía mirarla como si fuera el centro de su universo. No. Ahora la recibe con una expresión neutra, profesional, fría. El mismo hombre que alguna vez juró protegerla de todo, ahora levanta un muro entre ellos que a Amara se le antoja impenetrable.
El silencio entre los dos es ensordecedor, más cruel que cualquier palabra. Cada segundo que pasan juntos sin hablar es como un latigazo en la piel de Amara, recordándole todo lo que ha perdido. Lo