El vestíbulo de entrada de la mansión Bellucci nos recibió con su lujo silencioso, el piso de mármol reflejando nuestras figuras como espejos discretos. Christian mantenía la mano en mi espalda, un gesto de apoyo que se había vuelto casi instintivo durante las últimas horas.
—Virosis —comentó, repitiendo el diagnóstico del Dr. Mendes como si aún estuviera procesando la información—. Al menos ahora sabemos qué está causando las náuseas.
—Todo siempre es una virosis —respondí con una sonrisa débil, quitándome los zapatos para sentir el mármol frío bajo mis pies—. ¿Fiebre? Virosis. ¿Dolor de cabeza? Virosis. ¿Apocalipsis zombie? Probablemente una virosis muy agresiva.
Christian se rió, el sonido reverberando por el vestíbulo vacío, llenando el espacio con una ligereza inesperada. Su rostro se relajó en esa sonrisa rara y genuina que aún me tomaba desprevenida, como si por un momento toda la tensión de los últimos días se disipara.
—Bueno, lo importante es que vas a estar bien. —Ajustó un