La luna derramaba su luz plateada sobre los viñedos cuando Christian me jaló hacia sus brazos con una urgencia que reflejaba mi propio deseo. No hubo palabras —solo el sonido de nuestras respiraciones aceleradas mientras me acostaba suavemente entre las filas de vides que llevaban mi nombre.
El suelo suave bajo mi espalda contrastaba con la firmeza del cuerpo de Christian sobre el mío. Sus manos exploraban mis contornos por encima del vestido manchado de vino, deteniéndose en puntos que me hacían suspirar.
"Este vestido está estorbando", murmuró contra mi cuello, sus dedos encontrando el cierre en mi espalda.
"Entonces quítatelo", desafié, irguiéndome ligeramente para facilitar.
La tela se deslizó por mi cuerpo, dejándome solo con la lencería negra comprada en Milán. Los ojos de Christian se oscurecieron al observarme bajo la luz de la luna, mi piel pálida contrastando con el negro del conjunto y el verde oscuro de las vides a nuestro alrededor.
"Dios mío, Zoey", susurró, trazando con