La cafetería que elegí tenía ese encanto típicamente londinense que siempre me conquistaba - paredes de ladrillo expuesto, mesas de madera desgastada por el tiempo y el aroma reconfortante de café recién molido mezclado con el sonido suave de conversaciones matutinas. Había aprovechado que Nate me llevara, quien me dejó ahí antes de seguir a la oficina, no sin antes darme un beso suave que aún hacía acelerar mi corazón solo de recordarlo.
Envié un mensaje a Marco muy temprano, justo después de despertar. Necesitábamos conversar, y prefería hacer esto en un ambiente neutral, lejos de la oficina y de todas las miradas curiosas. Llegó puntualmente, como siempre.
"Buenos días", dijo, acercándose a la mesa donde había elegido sentarme, cerca de la ventana que daba a la calle transitada.
"Buenos días, Marco", respondí