Llegué al restaurante quince minutos antes de lo acordado con Bianca, escogiendo una mesa discreta en el rincón, lejos de las ventanas que daban a la calle transitada. El lugar era perfecto para lo que necesitaba — lo suficientemente acogedor para conversaciones íntimas, pero lo bastante concurrido para que nadie prestara atención a dos mujeres almorzando.
Pedí un café y traté de poner algún orden en los pensamientos que me venían atormentando desde la noche anterior. La suspensión del trabajo, la propuesta de Marco, la aparición inesperada de Nate con esas flores extrañas, los mensajes cada vez más profundos de Wanderer... todo parecía una maraña imposible de separar, como si mi vida se hubiera convertido en una telenovela mexicana particularmente dramática.
Bianca llegó puntualmente, como siempre, trayendo esa energía positiva que sol&ia