Apenas crucé la puerta, unos brazos delgados que conocía muy bien me envolvieron por completo.
—¡Isabel! —exclamé abrazándome a ella. Isabel era la sombra que me había saludado minutos antes.
—Livy, me preocupaba que tuvieran algún percance en el camino. Gracias a Dios estás aquí.
Al alejarse, vi que tenía los ojos ligeramente húmedos. Le sonreí en un intento por tranquilizarla.
—No te preocupes, puedes volver con tu jefe —dijo mirando a Mad—. Yo llevaré a Livy a su habitación.
Mad vaciló un poco, pero después asintió y dando media vuelta, volvió a salir de la casa. Isabel tomó mi maleta y me guio hasta la segunda planta, pude oír voces femeninas y risas salir de una de las habitaciones, pero pasamos de largo y entramos en un amplio dormitorio. Dos de sus muros eran de madera de roble, y los otros dos, de cristal tintado, igual a los de casa.
Isabel dejó la maleta en la amplia cama matrimonial y aseguró la puerta.
—Deberías comenzar a vestirte.
—¿Por qué?
Ella rodó lo