La huida (parte3) / Un satélite acogedor (parte1)

De qué serviría plañir ahí si nadie me brindaría consuelo. Estaba en la absoluta soledad, contemplando las miles de millones de vidas que para entonces ya habrían dejado de ser. 

Tan absorto estaba en el funesto panorama que ignoraba que las luces del tablero titilaban de manera intermitente. En la pantalla había un aviso que decía "conexión imposible".

-¿Qué hago ahora? -pregunté a Zaxo.

-Sugiero que no salgas de la nave -respondió una voz chillona y aguda.

-No me digas…

-Tú fisiología te hace independiente de nutrientes orgánicos.

-Sabes que destruyeron nuestro hogar ¿cierto?

-No soy estúpida, JA, me veo obligada a sugerir que nos quedemos en donde estamos, la Luna ha perdido su órbita. Aunque eres libre de elegir un destino apropiado.

-Cierto...

Me levanté del asiento y me puse a pasear por los pasillos, observando las piezas de los tripulantes, siete en total. En la habitación de uno de ellos, en uno de los cajones de debajo del catre, encontré un mapa global con equis rojas sobre varios lugares. Una nota pegada al mapa decía: 'Hijo, aprecio la manera en que presumes tus estancias alrededor del mundo, sé que ahora estás en entrenamiento para formar parte en los viajes espaciales y entérate, eso me llenaría de orgullo. Ve más allá, hijo, hasta donde alcance tu visión, ve más allá y que los límites sean tu punto de partida'.

"Ve más allá" me dije saliendo de ahí, "ve más allá" reiteré hallando un significado profundo en tan breve frase. En otra habitación hallé unas fotografías, las más fabulosas que había visto pues tras la joven que en ellas posaba pude apreciar los mejores paisajes del planeta; habían desde un sencillo monte lleno de pasto, hasta un bosque de compleja vegetación, cascadas de aguas cristalinas, manantiales, campos abigarrados con toda clase de flores... y así seguían las imágenes, un verdadero deleite visual. 

Supe enseguida que debía de atesorar todas y cada una de ellas porque sabía que no vería eso en otro lugar. Luego continué con mi búsqueda de objetos especiales en las otras piezas.

No encontré nada interesante en las siguientes tres habitaciones (aunque ni siquiera sabía qué buscaba). En la última que revisé sí que encontré un tesoro: ¡había libros!, no los libros comunes que conocía, sino de esos cuyos textos están impresos en papel. Vaya sorpresa la que tuve; ahí mismo leí los títulos, los coloqué en orden alfabético sobre un escritorio y marché a la cabina cargando con uno de ellos. 

Después confirmé con Zaxo que esos libros ya no se fabricaban y que si estos sobrevivieron fue por el gran aprecio que les tenían. En esos momentos fue difícil sentirme solo, pero estaba consciente de que de todas formas sí lo estaba.

-Dime, Zaxo, ¿qué porcentaje de combustible nos queda?

-Informo que contamos con un porcentaje aproximado del 97%, ya que menos del 3% se usó en combate.

-Eso es bueno -dije, y pensé entonces en ir más allá como leí en una nota-. Opino que de nada sirve quedarnos aquí a observar nada... ¿y si recorremos el sistema?

-Tú eres libre de guiar la nave, JA.

Sin meditarlo tomé el joystick y observé la consola con los múltiples botones e interruptores. Hice ajustes en la dirección, sustentación de combustible, revisé la pantalla para confirmar ciertos datos y por último pedí a Zaxo reiniciar el reloj a cero horas y el calendario a cero días con la petición de que el año se dé a los doscientos cincuenta días. Hice lo mismo con el dispositivo electrónico de mi brazo.

Puse en marcha el vehículo hacia lo que, personalmente, desconocía. Ese mismo día, el día cero, debía de llevar un nombre, así que lo menté el día de 'la huida'. 

Así fue como empezó este viaje de indeterminada duración, un viaje que, de hecho, está por terminar.

II 

 Un satélite acogedor

Mientras leía, alzaba la mirada y, sobre el borde del libro, apreciaba el fulgor de millares de astros. Sentía una sensación parecida a la emoción efímera de cualquier infante al inicio de una travesía. 

De momento recordé que la primera misión espacial en la que iba a participar sería otra, pues supuestamente sería parte de la primera tripulación en pisar Titán (la tecnología de las naves espaciales de entonces ya las hacía aptas para viajes tan largos como ese, aunque la aptitud de los cosmonautas no permitía la realización de esos viajes). En un cambio de planes toda la ilusión se cayó de golpe y aún no entiendo por qué.

Esa luna, una de las más grandes del sistema solar, con altas probabilidades de tener vida en ella. No iba a perder la oportunidad. 

-Zaxo, dime ¿en cuanto tiempo llegaríamos a Titán?

-En unos minutos con determinada velocidad. ¿Deseas emprender el viaje?

-Sí, pero, no te apresures, tenemos mucho tiempo.

-De acuerdo. 

Vi el mensaje en la pantalla: "estableciendo parámetros". Había una figura en la esquina que me dio a suponer que accedía a una lista de funciones. 

Con un trayecto ya determinado no me ocupaba en otra cosa que en leer. No entendía bien porqué, pero el titileo proveniente de cualquier rincón me incitaba a olvidar. Era esa proximidad que tenía con el cosmos lo que me decía que todo estaba bien, que nada importaba. Era muy diminuto e insignificante como para llorar ante tal majestuosidad. Acepté de pronto la casualidad que me mantuvo vivo.

Leía y leía, totalmente absorto, las palabras impresas, tan explícitas que excitaban mi imaginación.  Inesperadamente llegué al epílogo y tomé una pausa para recorrer el recinto. 

-Zaxo, ¿Cuánto armamento nos resta? -hablé a mi comunicador desde el muy amplio cuarto de armas.

-Un solo misil nuclear, cerca de cien disparos de plasma y el láser no se ha usado mucho.

El lugar en el que me situaba se encontraba en la zona superior de la nave, era una cúpula, había cuatro butacas y varios joysticks con botones en el pomo frente a ellas. Me senté en una y manipulé el joystick, lo mecí un poco y pude reparar el movimiento que hacía el cañón afuera, análogo al movimiento de mi mano. Posé mi dedo sobre el botón rojo de encima y pensé en disparar. Pero no lo hice, pensé que tal vez, por algún motivo, necesitaría los disparos después.

Luego fui a mi compartimiento y me acosté en el catre a leer.

Mientras dormía tuve un sueño, pero lo consideré pesadilla: estaba en casa, por alguna razón no estuvimos en el supermercado el día del terremoto, mi familia aún vivía pero nuevamente perdimos la batalla contra aquellos ojos. Lo peor fue que por un instante creí que era cierto. Me desperté sobresaltado, asimilar la realidad resultó grato.

Cuando entré en la cabina algo asombroso me fascinó, ya habíamos llegado y lo que vi fue un aparente planeta. A mi orden descendimos y cada segundo era más impresionante, era como haber vuelto a la tierra e hice un gran esfuerzo para evitar sentir la misma emoción que cuando aterrizaba para luego ir a casa.

El satélite tenía un aspecto sombrío con toda esa cantidad de rocas de color marrón, pero los amplios mares de lo creí que eran hidrocarburos, los ríos, las montañas y toda esa enorme similitud geográfica que tenía con el planeta azul me decían 'bienvenido a casa'.

Ese sí sería un nuevo inicio. Salí de la nave con el traje espacial puesto, me dediqué a caminar y caminar. Escalé un par de precipicios rocosos, y me senté en la cima del lugar. El cielo era de un tono azul verdoso, los relieves en el horizonte dibujaban líneas onduladas, las nubes densas ocultaban de mi vista al astro rey de vez en cuando. 

Zaxo estaba ya muy lejos, había caminado tanto y no lo había notado. Tras ella se situaba la bifurcación de un río, y más allá su desembocadura con un lago. Me recosté con regocijo en la aparentemente suave superficie. 

-Zaxo, dime ¿Te gusta este lugar?

-Solamente tú serías capaz de responder esa pregunta.

-Exacto... esto me gusta…

Quizá estaba muy arrobado por el sosiego suscitado por ese momento, ya que, de manera imprudente, luego de una profunda inhalación, me quité el casco... qué más daba ya. Un aire fresco se posó de inmediato en mi rostro, cerré los ojos para imaginar un panorama marítimo y, sin darme cuenta, exhalé. Volví a respirar, algo alarmado, y quedé estupefacto al descubrir que el aire, aunque era pesado y denso, era sustentable y me servía. 

-Zaxo, descubrí que hay oxígeno en la atmósfera -hablé excitado al comunicador, después de levantarme de golpe.

-Impresionante. Ahora no podemos descartar la idea de presencia de vida primitiva en este lugar.

-Sí...

Aunque era absurdo, volví a tumbarme en el suelo, imaginando varias naves viajando desde la Tierra en una especie de éxodo interplanetario. No supe con exactitud cuánto tiempo estuve ahí dormido, hasta que Zaxo me lo dijo, fueron siete horas continuas.

Cuando volví a la nave lo primero que hice fue hacer una bitácora, detallando todo lo que había visto. Fue ese el primer registro. En ese entonces me propuse explorar ese satélite lo más que pudiera. Aunque no estaba formalizado académicamente con lo necesario para estudiar el lugar, me las arreglé para hacerlo, y de esa manera pude mantener ocupada mi energía durante cierto tiempo.

Me levantaba luego de dormir pacíficamente durante siete horas ininterrumpidas, para cumplir con mi nuevo oficio. Luego pasaba gran parte de las restantes diecisiete horas explorando.

Cierto vínculo entre mi parte no humana con Zaxo me facilitaba las cosas. Recorría grandes distancias a diario caminando, hablando a mi brazo: "día cinco del primer año, bitácora tres, luego de dos horas caminando me encuentro al borde de un acantilado, lo que veo son mares de un color gris claro, siento la fresca brisa y el calor del ambiente... ". Así, recuerdo haber registrado durante unos cincuenta días, más o menos, todo lo que veía. 

En una ocasión incluso me quedé dormido en la intemperie ya que no alcancé a llegar a la nave. Cada determinado tiempo movía la nave para recorrer aún más territorio. Estuvimos estacionados en altas elevaciones, playas, cordilleras, islas, riberas... y el tiempo transcurría. 

Hasta el momento había leído casi la mitad de los libros que había encontrado, de no ser porque pasaba gran parte del tiempo afuera, estoy seguro de que habría leído todos y cada uno de ellos al menos tres veces. La combinación de ambos pasatiempos resultaba satisfactoria, pues acostumbraba leer, sentado, sobre la cúpula de la nave en parajes aleatorios. De esa manera pasaba la atención de las letras a un rocoso precipicio, u otro lugar, y viceversa...  

Un día como cualquier otro íbamos volando, a escasos metros del suelo, hacia un destino al azar. Había hecho una pausa en lo de las bitácoras debido a la información monótona. Pero aquella vez fue la excepción respecto a todo lo que había visto, hasta el momento, en aquel fabuloso satélite

Luego de volar por varios minutos sobre un río, que resultó ser un afluente, aterrizamos cerca de la desembocadura de este.

Unos cuantos días atrás, durante una ya habitual visita a las habitaciones de la nave, encontré una grandiosa mochila negra. Tenía varias cremalleras de distintos tamaños y una imagen bordada de un Plenilunio. Me valía esta en cada excursión; cargaba ahí un par de libros, una navaja, prendas de recambio, cinta adhesiva y unas cuantas fotos de paisajes terrestres. 

Aquella vez caminé por un prolongado tiempo, siguiendo la corriente, hasta que me encontré de repente en la orilla de una enorme cascada. Calculé que tenía unos quince metros de ancho, pero dar una magnitud longitudinal de la altura me fue imposible ya que no pude avistar el cabo de tal catarata. Desde el fondo ascendía una neblina oscura, inodora y muy densa, que me impedía ver el horizonte. 

Ya estaba acostumbrado escalar constantemente, pero no me dedicaba mucho a ir hacia abajo sin hacerme una herida ocasional. De todos modos continué, bordeando el precipicio, mientras buscaba un descenso seguro. Luego de unos cien metros más de camino me detuve ante una pendiente; la inclinación me suponía lo que buscaba, pero no era cien por ciento segura puesto que estaba conformada por rocas puntiagudas y de variados tamaño.

La idea de que: "sin importar la manera en la que muera lo haría conociendo un mundo nuevo" se había convertido en mi lema. Teniendo eso en mente me dispuse a bajar.

Afortunadamente el trayecto hasta la explanada ribera no fue tan peligroso como lo había supuesto. Comencé a caminar por el lugar, avizorando con cierta curiosidad infantil.

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