ARIEL
Llaman a la puerta y no me inmuto, mi mirada permanece perdida sobre algún punto fijo en el aire, la suave y gélida brisa golpea mi rostro mientras permanezco cerca del balcón, el ruido de los motores me saca de mi ensimismamiento y mis ojos se anclan sobre el hombre que baja de una de las camionetas negras y blindadas dentro del patio, rodeado de hombres armados que resguardan su seguridad.
—Señorita, no debe estar aquí —me dice una de las mucamas destinadas a servirme, que no es más que una pobre chica de quince años, la cual fue vendida por sus padres a Duncan, a cambio de una cuantiosa cantidad de dinero.
Pero no le hago caso, pese a que los dedos huesudos de su mano rodean mi brazo, traigo puesto un camisón de seda de tirantes color