La mano que jaló a Tony hacia el callejón oscuro era fuerte pero no amenazante. El vaquero se encontró cara a cara con un hombre mayor, de unos 60 años, con cabello canoso y barba desaliñada.
— Tranquilo, muchacho — dijo el hombre con voz rasposa pero amable — No voy a lastimarte.
Tony, aún jadeando por la carrera, asintió agradecido.
— Gracias, señor, estaba en un aprieto más grande que un toro en una tienda de porcelana.
El hombre soltó una risita.
— Me llamo Frank — se presentó, extendiendo su mano —Y parece que necesitas un lugar para esconderte.
— Tony — respondió, estrechando la mano de Frank — Y sí, estoy más perseguido que un ratón en un cuarto lleno de gatos.
Frank echó un vistazo a la calle y luego hizo un gesto a Tony para que lo siguiera.
— Conozco un sitio seguro, vamos, antes de que tus amigos decidan volver.
Atravesaron una serie de callejones y pasajes estrechos, Tony se maravillaba de la agilidad de Frank, que se movía como si las calles fueran una extensión de su pro