Habían sido semanas llenas de calma. Nos encontrábamos de regreso en nuestra casa.
Alexander y Dante se encontraban en el despacho hablando temas de las empresas mientras Zoé me ayudaba a terminar los últimos detalles de la habitación de nuestros pequeños.
Aunque apenas podía caminar sin sentirme agotada, insistí en mantenerme ocupada; no podía soportar estar sentada sin hacer nada.
—Deberías descansar, Tiara. Ya falta poco —dijo Zoé, señalando mi enorme vientre con una sonrisa cómplice.
—Aún faltan unas semanas, pero si me quedo quieta, empezaré a pensar demasiado.
Fue entonces cuando lo sentí:
Una punzada repentina, diferente a las molestias usuales. Solté el pincel que tenía en la mano, llevándome instintivamente una al abdomen.
—¿Estás bien? —preguntó Zoé, acercándose de inmediato.
—Creo que... —No terminé la frase. Un líquido tibio me recorrió las piernas, y la expresión de Zoé cambió a una mezcla de alarma y emoción.
—¡Oh, Dios! ¡Se te rompió la fuente!
Antes de que pudiera pr