CAPÍTULO 4

Cuando Ángelo la vio salir de la habitación, envuelta en la blanquísima bata de baño, con el cabello húmedo y tan relajada como una niña, creyó que le daría un infarto. Olía a esencia de frutas y a noche, y todavía no se había molestado en ponerse un par de chinelas.

Él también se había bañado y cambiado de ropa, pero un pantalón pijama y una camiseta eran si dudas prendas menos provocativas que una bata de baño.

— Ven, siéntate conmigo. — ordenó ella dirigiéndose al sofá después de comprobar que en la mesilla del centro estaba todo lo que había mandado a pedir.

— ¿Por qué todavía estás descalza? — la regañó.

— En este mundo todo se hace mejor descalza. — aseguró Malena tirando de él para sentarlo a su lado.

Recogió los pies bajo su cuerpo, acomodándose, y luego envolvió en una servilleta de tela varios cubos de hielo para ponerlo en la parte interior de su muñeca, mientras masajeaba suavemente el dorso con expresión concentrada.

— ¿Es por eso que te quitaste los zapatos?

— ¿Qué?

— Cuando fuiste a rescatarme. — rio Ángelo haciendo un intento de retirar su mano lastimada — ¿Fue por eso que te quitaste los zapatos?

— ¡Ah! ¡Claro! ¿Te imaginas el ruido que habrían hecho un par de tacones en seis metros de adoquín? No habría podido caminar dos pasos sin que me descubriera.

— ¿Y el abrigo? ¿Por qué te lo quitaste?

— Cuestión de movilidad.

— ¿Siempre eres tan práctica? — inquirió él haciendo un nuevo gesto de dolor.

— Por lo general lo soy. — murmuró Malena antes de desesperarse — ¿Podrías quedarte quieto de una vez? ¡Sé que te duele pero pareces un crío al que amenazo con una inyección!

Ángelo volvió a quedarse atónito ante su exabrupto y por supuesto le respondió con la misma descortesía. Era como si no pudieran tener dos minutos de conversación sin discutir.

— ¿No te parece que deberías ser un poquito más… respetuosa con tu futuro jefe?

— Has dicho bien: “futuro”. Aceptar o no el trabajo que me propongas es una prerrogativa mía. ¡Si accedo ya hablaremos, pero por ahora solo eres el idiota al que le torcí la muñeca y al que tengo que cuidar! ¡Así que no te aconsejo que me pongas a prueba!

El italiano hizo un ademán de profunda exasperación y se mesó los cabellos sin saber cómo responder con efectividad ante aquella mujer.

— Tienes serios problemas de autoridad. ¿No?

Malena dejó la vista clavada en su mano.

— Eso es evidente ¿No te parece? Pero creo que estamos en una situación muy parecida tú y yo. ¿O me equivocaría si aseguro que no te gusta aceptar órdenes de nadie?

— No te equivocarías, en efecto. No acepto órdenes y no me gusta que me desobedezcan. Soy bastante estricto en eso. — dijo con absoluta sinceridad.

— Entonces es mejor que no me propongas ese trabajo.

Ángelo escrutó su rostro por un minuto, pero la sensación exquisita que su masaje le producía apenas le permitía pensar en nada más. Aquellos dedos no solo estaban aliviando su dolor, sino que la calidez y la pericia de su contacto le hicieron pensar en todas y cada una de las habilidades que podía tener una mujer como ella. El solo hecho de que lo tocara ya lo hacía sentir mejor… relajado… excitado.

— Sin embargo, estoy seguro de que eres la persona indicada para el trabajo. — insistió.

— ¿Por qué?

— Instinto. — aseguró el italiano con tranquilidad — ¿No vas a tomar tu café? Se te va a enfriar. Como no me has dicho qué te gustaba he mandado a preparar uno de cada tipo.

Malena miró a la mesilla, a las seis tazas de oloroso líquido. Resultaba obvio que casi a las cuatro de la madrugada necesitaría un café para mantenerse despierta, pero por alguna razón todavía no era capaz de confiar. Levantó una taza y se la acercó a Ángelo a los labios.

— Bebe. — le ordenó.

— No, no me gusta el café. He pedido un chocolate para mí.

— He dicho que bebas. — dijo ella con acento gélido y el italiano casi se sobresaltó.

— No es posible… — murmuró al borde de una incrédula carcajada — ¿Crees que voy a drogarte o algo parecido?

Y la muda insistencia de la chica lo convenció. ¡Sí, ella era la indicada! Se llevó la taza a los labios y dio un largo sorbo seguido de una mueca.

— ¡Agh! ¡Espero que no me obligues a hacer eso con todas o es posible que te vomite encima! De veras odio el café.

La vio beberlo con una sonrisa de satisfacción, y a pesar de todo su mirada límpida y serena lo cautivó y lo puso de inmediato de buen humor.

— ¡Eres increíble! ¡Eres la mujer más desconfiada…!

— Precavida.

— ¡Desconfiada! ¡Diablos! Eres la mujer más desconfiada que he conocido en mi vida. Por eso mismo creo que serías ideal para el puesto que tengo reservado. ¿Cómo has podido pensar que iba a drogarte? No necesito hacer eso — aclaró con una sonrisa que habría desarmado a un pelotón de carabineros — puedo tener a la mujer que quiera…

— No puedes tenerme a mí. — aseguró Malena sin perder la ecuanimidad — Y eso a veces hace que la gente tome malas decisiones.

Él no se inmutó al oírla decir que no podría tenerla. Sonaba a desafío y hubiera deseado contestarle con un: “Ya lo veremos”, pero no era el momento. Por ahora solo necesitaba tentarla lo suficiente como para que no se fuera.

— Mira, Di Sávallo. Ninguno de los dos necesita mucho tiempo para juzgar a los demás, así que hablemos como personas inteligentes. Como bien dices tengo problemas con la autoridad, no me gusta que me den órdenes arbitrarias y por desgracia la mayoría suelen ser de ese tipo. Tiendo a controlar cada aspecto del mundo que me rodea y tengo la impresión de que en eso somos muy parecidos, de modo que ninguno de nosotros aceptaría de buen grado un mandato del otro. — exhaló con resignación — Me alegra haberte ayudado esta noche, de verdad que sí, pero no creo que logremos una buena dinámica de trabajo.

— Te pagaré quince mil euros al mes… — sentenció el italiano como si aquella fuera su última carta — libres de impuestos.

Malena enmudeció, era una suma bastante grande, con apenas unos años de trabajo tendría todo lo que necesitaba para desaparecer y vivir tranquilamente el resto de sus días; pero sobre todo podría ayudar a Ryan y a Samanta, el dinero que ganaba bailando no alcanzaba para cubrir todas las necesidades de la pequeña.

Habría querido abrir la boca, los ojos, los brazos, ponerse a saltar como una niña de kínder y abrazar a aquel loco corredor de rally, pero si algo había aprendido bien era a controlar sus emociones.

De modo que se limitó a clavar en él sus ojos y a preguntar directamente lo que le interesaba.

— Este trabajo… ¿incluye acostarme contigo?

— No.

— ¿Incluye algún tipo de espionaje?

— Tampoco. — ¿De dónde ella sacaba semejante idea?

— ¿Incluye asesinar?

— ¡Por supuesto que no! — exclamó Ángelo desconcertado — ¿Pero tú de dónde has salido?

Y en ese instante comprendió que jamás se le había ocurrido preguntarle cómo era posible que una chica de su edad tuviera una preparación ofensiva y defensiva semejante. Después de las interrogantes que acababa de hacer era casi una tontería preguntarle, pero aun así se arriesgó.

— ¿Dónde recibiste el entrenamiento que tienes?

— El Ejército. — contestó ella escuetamente, como si con eso bastara para explicarse.

— ¿Cuál Ejército?

— No te conviene saber.

Ángelo apretó las mandíbulas, conmocionado por una noticia que, estúpidamente, no había esperado. ¿Dónde si no iba a haber obtenido esas habilidades? ¿Practicando con videojuegos?

— Tienes razón, no me interesa. Pero solo confirmas mi intuición. Eres la persona que he estado buscando.

Malena se echó hacia adelante con la taza entre las manos.

— ¿Exactamente de qué se trata el trabajo?

— Necesito un equipo de seguridad.

— ¿Quieres que sea tu guardaespaldas? — se asombró ella.

— No, quiero que seas la jefa de mi equipo de seguridad. Te encargarás de que no me molesten personas desagradables, de mantener a raya a los fotógrafos y a los periodistas, en fin… — aclaró él —Obviamente tendrás otras personas a tu cargo, un equipo que tú misma deberás elegir. 

— ¿Tan importante eres? — la muchacha no pudo evitar una mueca de incredulidad y Ángelo casi se cae de espaldas.

¡Todo el mundo conocía el apellido Di Sávallo! ¿Cómo era posible que todavía no hubiera hecho la asociación? ¿Entonces se había quedado, aun pensando que era un simple corredor de rally?

— ¿Has oído hablar del Imperio Di Sávallo?

— ¡Por supuesto que he…! — y se detuvo de pronto.

— Así de importante soy.

— ¡Entonces eres ese Ángelo Di Sávallo…! — y dejó escapar la carcajada más traviesa que el hombre había escuchado en su vida.

No podía creerlo, había salvado a un millonario estúpido al que un vulgar ladrón habría podido matar con un simple movimiento, porque era tan arrogante que no llevaba protección a las dos de la madrugada.

— ¡De verdad eres un idiota muy irresponsable! — le dijo de repente dejando de reír y Ángelo cerró los puños ante el insulto. ¡Aquella mujer era sinceridad pura, sin fronteras, a un grado exasperante! — Si el que te asaltó hoy hubiera sabido quién eras… ¿Tienes idea de lo que podría haberte hecho? ¿Del sufrimiento que hubieras causado a tu familia?

Se levantó con brusquedad y se dirigió a la habitación, llevando consigo dos tazas llenas de café para evitar dormir, y dejando al italiano completamente estupefacto.

— No me gusta la gente como tú. — sentenció.

— ¿Entonces no aceptarás mi oferta?

Malena se detuvo frente a la puerta del cuarto, pero no se volvió. No podía rechazarla, no aunque quisiera, era mucho dinero y eso podía representar toda la diferencia para Samanta.

— Sube la apuesta a veinte mil… y lo pensaré.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo