CAPÍTULO 6. El peso de una decisión

“Si estás decidida, puedes comenzar a intentarlo a partir de mañana”.

Las palabras de la doctora resonaban en la cabeza de Blair mientras intentaba tragarse aquel nerviosismo y caminaba hacia la pequeña heladería donde estaba Ranger con su bebé.

—¿Todo bien, señora Sagal? —preguntó él al ver que traía la mirada un poco perdida.

—Sí... Sí, claro. Pero por favor, no me digas señora Sagal, mi nombre es Blair.

—Está bien, Blair, ¿quieres que ya las lleve a casa?

Ella lo pensó por un momento y luego negó con la cabeza.

—No, de hecho me gustaría visitar a mi madre. ¿Te molestaría dejarnos allá para pasar con ella la tarde? —le preguntó y Ranger esbozó una sonrisa amable.

—Para nada, será un placer.

Pocos minutos después llegaron a la pequeña casa en las afueras de la ciudad, y Blair sacó a su hija de la camioneta, avisándole que lo llamaría cuando estuviera lista para regresar a la mansión Vanderwood.

Pero en lugar de irse, Ranger dio una estratégica vuelta a la manzana y se apostó una calle más atrás, mientras un extraño presentimiento lo hacía vigilar a aquella mujer. Y supo que ese presentimiento era certero en el mismo momento en que la vio salir de la casa sin la niña y tomar un autobús al centro de la ciudad.

La siguió a una distancia prudente como para que ella no se diera cuenta de que estaba siendo vigilada y la vio sacar dinero en un cajero automático. A simple vista no era un acto sospechoso, si no hubiera sido por el hecho de que había preferido evadirlo para hacer aquello. Su primer pensamiento fue que estaba intentando estafar de alguna manera a su amigo, porque él sabía que Nate había tramitado una tarjeta para ella. Sin embargo, el siguiente destino de Blair lo hizo fruncir el ceño con un gesto de incomprensión.

Una compañía de seguros. Una de las más importantes de la ciudad.

Blair estuvo en aquel edificio por alrededor de media hora y luego tomó la misma ruta de autobús de regreso a la casa. Él, por su parte, aguijoneado por ese instinto militar que tenía, se bajó del auto y entró en la Compañía de Seguros, mostrando una de sus tarjetas como de paso y sin dejar que la mujer en la recepción la viera bien.

—Muy buenas tardes, soy el abogado del señor Vanderwood. Vine a corroborar que su esposa haya firmado el seguro de vida que teníamos previsto para él.

La muchacha tecleó rápidamente en su sistema y negó confundida.

—¿Vanderwood?... Lo siento, no tengo ningún seguro a ese nombre.

Ranger respiró con cierto alivio porque, por un momento, había pensado que aquella chica ya le había puesto precio a la cabeza de Nate.

—¿Está segura? Es que la señora Sagal me dijo que vendría —mintió.

—¡Ah sí! Pero la señora Sagal no ha sacado un seguro a nombre de nadie más, solo hizo un pago para subir el monto del suyo.

—El de su propio seguro de vida... Ya veo.

Le dio las gracias a la muchacha y salió de allí con aquello dándole vueltas en la cabeza. Nate le había dicho que la razón de aquel accidente había sido precisamente ese seguro, entonces ¿qué era lo que estaba planeando Blair Sagal? ¿Por qué tenía tanto empeño con eso? Pero decidió callarse las sospechas hasta que no estuviera completamente seguro de lo que estaba sucediendo.

Mientras, sabía que su amigo ya tenía demasiado con lo que lidiar, y en efecto, cuando Nate llegó a casa esa noche, estaba incómodo y de mal humor. Todo aquel asunto de tener a una mujer y a una niña viviendo con él le resultaba muy desagradable, como si lo estuvieran forzando a esa familia de la que tanto huía.

Dejó el maletín en su despacho, y enseguida la señora Pompkins se acercó para comunicarle que ya le habían servido la cena.

—También le ordené a todos que ya se retiren para no molestar, señor. Con su permiso —dijo la amable mujer.

Nate se dirigió al comedor y vio que solo un servicio estaba puesto. Se sentó en la cabecera y se debatió entre si debía comer solo o invitar a Blair para que se le uniera a la hora de la cena. Y estaba pensando en eso cuando las risas le llegaron provenientes de la cocina.

La curiosidad, esa que mató al gato, lo hizo levantarse y asomarse discretamente a la puerta para escuchar la risa emocionada de la pequeña bebé. Frente a ella, Blair cantaba y se movía en un bailecito gracioso, mitad gallina y mitad mariposa; y viéndola, la niña comía su cena sin protestar.

Él tenía una excelente comida esperándolo en el comedor, pero el plato del que ella pellizcaba de cuando en cuando definitivamente no era el mismo que le habían puesto a él en la mesa. Y tenía que reconocer que su olor era mucho más delicioso. Así que claudicó ante su estómago y entró a la cocina, haciendo que Blair se detuviera de inmediato.

—Señor Vanderwood...

—Puedes llamarme Nate —respondió él, sin poder evitar el tono seco y distante.

—Claro... Este... ¿Ya cenó?

Él negó mientras trataba de disimular la sonrisa que la pequeña le ponía en los labios.

—No, decidí venir aquí a comerme toda la comida de esta princesa —murmuró, hablándole a la niña que enseguida comenzó a dar palmadas. Era obvio que él le había dado desde el primer momento—. ¿Dejaste algo para mí o eres una tragona?

Madre e hija sonrieron, y mientras Blair terminaba de darle de cenar, una pregunta surgió en su cabeza.

—Ayer dijo que algo sobre el nombre de mi hija era curioso, ¿podría preguntarle qué?

Nate tomó asiento en una banqueta y se encogió de hombros.

—Es... No sé, es cómo si fuera una especie de señal. Nate es un diminutivo, ¿sabes de cuál nombre? —le preguntó, y Blair frunció el ceño antes de caer en cuenta.

—Nathaniel, su nombre completo es Nathaniel —comprendió.

Nathalie y Nathaniel, realmente parecía como si su pequeña siempre hubiera estado destinada a él.

—Es una bonita coincidencia —murmuró Blair y carraspeó para que las lágrimas no le subieran a los ojos—. Este... ¡Ejem...! ¿Tiene hambre? ¿Quiere comer aquí con nosotras?

Él pensó excusarse con educación, pero su estómago rugió ferozmente.

—No me opondría a nada de lo que hay en ese plato —cedió por fin y la muchacha lo puso delante de él antes de ir a servirse más para sí misma.

No hablaron mucho mientras cenaban en la cocina, como si cada uno estuviera inmerso en un mar de oscuros pensamientos; sin embargo, la bebé entre ellos dos se convertía en una sonrisa común.

Finalmente, después de echar los platos en el lavavajillas, Blair se armó de valor y sacó aquel papel de su bolsa para entregárselo.

—¿Esto qué es?

—Es... Es mi calendario de ovulación. La doctora dijo que podemos comenzar mañana.

El rostro de Nate se ensombreció en un instante al recordar que aquello era solo un negocio, y asintió devolviéndoselo.

—Muy bien, te espero en mi habitación después de que duermas a la beba.

—¿Qué...? —Blair pestañeó nerviosa—. Pero... la doctora dijo que mañana.

Nate miró su reloj con un gesto mecánico y le dio la espalda.

—Mañana es en tres horas. En mi habitación, cuando termines —sentenció aquella orden brusca, y Blair sintió que todo el peso verdadero de su decisión le llegaba de golpe.

Hizo un esfuerzo por dormir a la bebé, intentando no transmitirle su propio nerviosismo, y la dejó en su cunita y al cuidado de la niñera que Nate había contratado a tiempo completo para la casa.

A medida que caminaba hacia la habitación de aquel hombre, sentía que iba perdiendo poco a poco el aliento. La piel se le erizaba solo de imaginar que tenía que acostarse con un hombre que no le gustara, y que tendría que hacerlo una y otra vez hasta quedar embarazada. Su corazón palpitaba tan fuerte que dolía, y realmente tenía que hacer un esfuerzo por no derrumbarse y echarse a llorar allí mismo.

Empujó aquella puerta y justo en ese segundo su boca se quedó abierta y su garganta completamente cerrada. Él salía del baño secándose la cabeza mojada con una toalla, el agua todavía escurría sobre su pecho, dando la vuelta a cada cuadrito de su abdomen, para perderse en el reborde elástico del pantalón de dormir que llevaba puesto.

Nate se detuvo frente a ella y la miró de arriba a abajo.

—¡Demonios, con eso no puedo trabajar! —exclamó, y Blair dio un respingo, mirándose el pijama.

Su primer pensamiento fue que no le gustaba, mientras el primer pensamiento de Nate fue que ella era demasiado bonita como para vestirse con algo tan feo, al punto de que definitivamente prefería verla andar por la casa desnuda que con aquel viejo pijama.

Blair se dio la vuelta y de nuevo aquella voz que siempre parecía un trueno la detuvo.

—Ninguno de los dos puede escapar de esto —sentenció él antes de beberse del tirón una copa de vino blanco que tenía en la mesita cerca de su cama.

—Pero quizás si me cambio...

La muchacha se quedó muda al escuchar sus pasos caminando hacia ella y tembló el sentir aquel calor oscuro que se pegaba a su espalda, haciéndola estremecerse.

Estaba incómoda, de repente el miedo se había apoderado de ella, y encima la asfixiaba la certeza de que no podía escapar… Y en medio de todo aquello los dedos de Nate rodeando sus caderas la hicieron dar un respingo sobresaltado, uno que la llevó directo contra su pecho mientras aquellas manos enormes la acariciaban por debajo de la playera y se juntaban sobre su vientre.

—No tienes que cambiarte —siseó él en su oído—. Bastará con que te quitemos… todo.

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