A Reinhardt le bastó girar la esquina para volver a encontrar más hombres de Zaid, pero esta vez no dudó ni por un segundo. Sujetó con fuerza al bastardo que lo guiaba y lo colocó al frente, utilizándolo como escudo humano.
El cuerpo del traidor se estremeció cuando unas cuantas balas lo perforaron, una tras otra, en una ráfaga sucia y salvaje. Reinhardt aprovechó el instante, se agachó, apuntó con precisión y disparó. Cada bala suya sí encontraba el blanco. Uno por uno, los enemigos cayeron sin oportunidad de defensa.
El cuerpo del escudo seguía vivo, sangrando a borbotones y temblando como una hoja en la tormenta. Reinhardt lo observó de reojo, luego se inclinó junto a él y le agarró el cabello ensangrentado.
—Vas a arrastrarte hasta tu último aliento si es necesario, pero vas a llevarme hasta donde están ellos.
No le dio tiempo de replicar. Lo arrastró sin cuidado alguno, como quien arrastra un animal moribundo por el lodo. Cruzaron pasillos oscuros, puertas entreabiertas que olían