28. Luna de hiel
Una suave sacudida en el hombro la despertó y Andrea, sin querer abrir los ojos preguntó:
—¿Qué hora es?
—Son las tres de la tarde. Teníamos una visita guiada por el lugar y la perdimos por tu culpa. ¿Cómo puedes dormir tanto? —La voz de Alberto sonó neutral, aunque notó algo de reproche en su tono.
Andrea no acostumbraba a dormir tanto, pero el cambio de horario y la preocupación por esperarlo la dejaron exhausta.
—Debe ser el embarazo —respondió sin mirarlo. Tomó asiento en la cama y se talló el rostro para despejarse.
Al no escuchar la réplica de su esposo, lo buscó por la habitación y lo encontró de pie, observando el exterior a través de la puerta de doble hoja del balcón con las manos dentro de los bolsillos.
De repente, sacó su teléfono del bolsillo y la miró sin pestañear mientras decía:
—¿Miranda? Gracias al cielo que he podido contactarme contigo. Llamé a Alfredo, pero no responde. Tengo que comunicarles algo terrible que acaba de suceder.
Andrea no podía creerlo. Contuvo el