-Bruno Cicarelli-
-De que me gustas ¡Maldita sea! -Lo había dicho y es como si un elefante se hubiera levantado de mi espalda, que paz y tranquilidad que sentí- ¡Dios wow, lo dije!
Fue el segundo grito eufórico, cómo me había costado decir esa frase, no por ella, sino que por mí, era un cobarde con letras mayúsculas, negrillas y subrayado, tenía miedo a que ella se burlara de mí y me enrostrara mi bisexualidad o que me estaba aprovechando del momento. Todos estos años que hemos convivido como "papás/amigos" han sido un verdadero suplicio, verla en las mañanas salir media dormida con un simple pantaloncito corto o esas poleras de pabilo que tanto le encantaban cuando la conocí no ayudaban mucho y ya parecía monje tibetano de tanta ducha fría y sequía emocional. Era un masoquista en potencia y me las aguantaba, no niego que los primeros años si me dejé llevar por la carne y tuve mis encuentros con algunos personajes bastante variopintos, pero cuando llegaba a casa sentía que la había e