CAP 5

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* * * * * Kansas * * * * *

Al llegar al trabajo, a la primera persona que encuentro es a Lorey, mi supervisora.

—Llegas tarde —precisa mientras señala su reloj de pulsera con su dedo para que me apurara.

—Sí, sí, perdón —digo mientras tomo mi uniforme—. Lo que pasa es que hoy es el cumpleaños de Ángeles— le explico.

—Entiendo, pero, aun así, no debes llegar tarde —aclara y yo solo me dedico a asentir mientras me coloco el uniforme frente a ella (ya tenía puesto el pantalón, solo faltaba la camisa)—. Vaaaya… veo que haces mucho ejercicio —comenta coqueta y solo me limito a sonreírle—. Si no estuviera feliz con mi hombre, te haría caso —comenta y yo solo le sonrío—. ¡Y deja de sonreírme así! —se queja divertida.

—Ok, ok —respondo de la misma manera al terminar de colocarme la camisa y proceder a tomar la corbata de lazo que solía usar.

—Oye, Kansas —me habla Lorey al acercarse a mí.

—Dime —le digo al acercarme a ella para después dirigirnos a la salida e ir a preparar los cafés que debía promocionar.

—Te tengo buenas noticias —menciona al dirigir su mirada hacia mí mientras seguimos caminando para tomar el ascensor.

—¿Buenas noticias? —cuestiono sonriente al tiempo en que nos detenemos y yo presiono el botón para abrir las puertas del ascensor.

—Sí, buenas noticas —reafirma sonriente. Mientras tanto, yo me limito a presionar el botón para bajar al segundo piso (lugar en el que se encontraban las cafeteras industriales para preparar los cafés que ofrecería).

—No —me detiene mi compañera—. Las cafeteras del segundo piso están en mantenimiento —informa—. Tienes que usar la que está en la planta ejecutiva —precisa y presiona el botón que nos llevaría al décimo piso del centro comercial.

—Bien —contesto—. Peeero, volviendo a las buenas noticias, ¿cuáles son esas? —interrogo al mirarla fijamente.

—Bueno, te quería decir que hay una vacante de mozo para el turno noche en el bar —informa y aquello me pone expectante—. Así que si la quieeeeeres…, pues es tuya —finaliza; y aquella proposición no me puede haber hecho más feliz; tanto así que le doy un abrazo fuerte y la cargo.

—¡Oye! ¡Ya! ¡Bájame! —se queja—. Sé que tomas cualquier excusa para tocarme, pero recuerda que estamos en la planta ejecutiva— señala un tanto nerviosa y viendo hacia los lados para cerciorarse de que nadie nos haya visto.

—En serio, muchas gracias, Lorey —le digo al haberla bajado—. No sabes cuánto necesitaba de otro trabajo.

—Lo sé, lo sé —susurra sonriente—. Pero bueno, ¡ya! —exclama—. ¡Ahora sí! Ve a preparar esos cafés; aquí te espero para llevarlos a la primera planta.

—Sí, sí, no me tardo —le digo feliz y le doy un beso en su mejilla para después ir a hacer esos cafés.

Luego de prepararlos, lo cual hice rápidamente, los coloco sobre dos fuentes y tomo cada una en una mano para salir de ahí y regresar al primer piso.

Camino por el largo pasillo y, al final, puedo ver que Lorey me espera. Ella, al darse cuenta de mi presencia, me mira fijamente al tiempo en que empieza a señalar su reloj (otra vez) como para decirme que ya era tarde y que debía apresurarme. Ante ello, decido acelerar mi paso. Lo último que necesitaba era que aquella mujer se arrepintiera de darme el otro trabajo. Me apresuro un poco más y, cuando estoy a punto de salir por completo del pasillo…

—¡Hey! ¡Joven del café! —escucho una voz desde la cafetería y me giro para ver a la persona que me llamaba hasta que siento un golpe sobre las bandejas que llevaba. El golpe no fue tan fuerte, pero fue suficiente para hacer que las bandejas que traía en las manos, se me cayeran. Al percatarme de ello, regreso mi mirada hacia el frente y lo que veo, me pone muy nervioso

—Pero… qué… qué…

—Señorita, déjeme ayudarla —se acerca un hombre a la mujer que tenía frente a mí y quien estaba concentrada viendo su vestido… manchado por el café que yo traía hace instantes.

—¡Suéltame! ¡Suéltame! ¡No me toques! —grita histérica sin siquiera levantar la mirada; solo se limita a quitarse el ligero abrigo que traía puesto para después tomar, nada amigable, el pañuelo que el hombre que estaba a su lado le ofrecía. Yo quedo paralizado viendo la escena y después, levanto mi mirada hacia Lorey, quien me mira sumamente preocupada. Ella desvía su mirada de mí y veo que se acerca a la mujer.

—Señorita —trata de hablarle, pero la mujer la manda a callar de inmediato.

—¡Cállese! ¡Cállense todos! —demanda molesta mientras sigue limpiando su vestido y veo que, de la nada, empieza a sonreír sarcástica—. Así que… —dice mientras se sigue limpiando—… esta es la clase de empleados que hay aquí —completa y, ante su último comentario, decido acercarme.

—Señorita…

—¡He dicho que se callaran! —manda y es lo que hago al tiempo en que el hombre que se encontraba a su lado me mira serio y le hace una seña a Lorey para que me retire.

—Señorita, Foster.

—¿Acaso no conoce el significado de callarse? —cuestiona furiosa cuando, por fin, ha levantado la mirada para concentrarse en aquel hombre.

—Sí, sí, señorita, perdón —contesta nervioso y ella solo sonríe burlona y vuelve a prestarle atención a su vestido mientras empieza a caminar hacia el ascensor. Veo que una mujer, quien al parecer era una especie de secretaria o asistenta, se apresura en presionar el botón que hace que el ascensor abra sus puertas.

—Kansas, ven —escucho la voz de Lorey a la vez que siento cómo toma mi brazo y me jala como regresando a la cafetería de la planta ejecutiva.

—Lorey, yo… —la miro preocupado y ella me mira de la misma manera—. No fue mi intención, yo…

¡Y despida a ese incompetente! —escucho de repente y, de inmediato, me giro para poder ver a la mujer; sin embargo, las puertas del ascensor ya se habían cerrado. Lo único que veo es al hombre que le había ofrecido la ayuda a esa mujer. Este me mira furioso y camina en mi dirección hasta llegar a mi lado y desviar su mirada a Lorey.

—Señor, yo… —mi supervisora y amiga trata de decir algo, pero aquel no la deja.

—Agradezca que no la despido a usted también —es lo único que le dice y se va.

Después de que aquel hombre desapareciera, el lugar se queda en silencio, ni Lorey ni yo decimos palabra alguna. Yo solo me quedé concentrado en observar el ascensor que, minutos atrás había tomado aquella prepotente mujer.

—Lo lamento, Kansas —escucho la voz de Lorey y volteo a verla fijamente y suplicante.

—¿No podrías…

—Lo siento… —expresa muy apenada.

—¿Y el bar? —le cuestiono esperanzado.

—Lo lamento —es lo único que articula y, desde ahí, no digo más, ya que, a este punto, el miedo de haberme quedado sin trabajo empezó a invadirme.

«Ángeles», pienso al instante.

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